Estaba conversando por teléfono con un amigo que me conoce muchísimo. Me había jugado una mala broma, me molesté mucho y dije: “¿Sabes? No hablemos. Ahora estoy muy enojada”. Colgué el teléfono y en menos de un minuto me marcó nuevamente. “Tienes suerte porque mis decisiones no tardan ni 5 minutos”, le contesté.
Después de escuchar lo que dije me reí tanto. ¡Es que es verdad!
La dieta del lunes queda rota… el lunes a mediodía.
Los tres meses de gimnasio fueron pagados y fui… un día.
Llega la noche y mi pachón de agua sigue lleno desde la mañana.
La alarma fue pospuesta.
El rompecabezas sin terminar…
¡Ya sabes! Decisiones de cinco minutos.
En medio de la risa y después de colgar la llamada reaccioné y tomé conciencia como un hijo pródigo que vuelve tras sus pasos. Me di cuenta que mis decisiones en realidad no lo son: solo son intenciones, iniciativas, arranques o lo que sea, menos una decisión.
Una decisión se caracteriza por ser constante, o no es una decisión.
La Biblia dice: “Pues quienes titubean son inconstantes en todo lo que hacen”. Santiago 1:8
Para personas como yo, poco categóricas, la ayuda de Dios es lo único que puede salvarnos. La Biblia dice que su poder se perfecciona en nuestras debilidades. El versículo que menciono arriba habla de pedir sabiduría; pues finalmente en sabiduría te doy estos tres consejos que me han ayudado:
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No hacer solo lo que quiero, sino lo que debo.
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Ser fiel conmigo mismo. Hay cosas que nadie notará pero debo aprender a respetar mi palabra.
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Ser consciente de que para Dios esto es serio, muy serio. Hay cosas que recibimos por obra suya pero hay otras que recibimos por nuestra constancia. Dios no puede ser burlado.
Te animo a que sea cual sea la nueva resolución en tu corazón, esté acompañada de una decisión que atropelle cualquier pretexto, incomodidad o dolor, y que finalmente puedas recibir lo que decidiste con la gracia de Dios y el fruto de tu esfuerzo.
Por: Madis Sanchez