Cuando llegué a Casa de Dios me llamaba la atención cómo muchas jovencitas oraban por la petición de casarse. Me parecía súper curioso ver que se reunían a ayunar y orar por eso. Mi mamá me motivó siempre a orar por esa petición pero debo confesarme: veía esa solicitud a Dios innecesaria. “¡Total, Dios todo lo sabe!” “Hay más de una persona para uno en el mundo”, “Tengo pereza”. En fin… no hice mucho caso a ese consejo de mi mamá hasta que me di contra la pared.
Llegó el día en que reconocí que yo a Dios no le consultaba esa área de mi vida. Era inconsciente, no era intencional. Con vergüenza te escribo que le hice daño a un par de personas. Claro, también tenía el corazón partío.
¿Sí te das cuenta de lo contradictorio que te cuento? Que no viendo frutos ni resultados en mi vida sentía que las que oraban estaban… digamos, exagerando.
Necesitaríamos muuuuchos blogs para contarte el cuento largo, pero un día a la par de mi cama le pedí a Dios: “Dios, me he equivocado, no sé cómo conducirme, no me quiero desesperar, no quiero frustrarme. Quiero un hogar, un esposo. Quiero agradarte con mi vida y esperar sin afanarme y en santidad”. Allí le conté dos cualidades que para mí eran indispensables.
Y esperé.
Otro día te hablo de esa espera, pero hoy, con mi petición cumplida por mi Papá Dios, con mi proceso atravesado, con mi arrepentimiento y con mis lecciones, te digo: ora por tu esposo y no te afanes. Disfruta cada día sabiendo que Dios sí te escucha y sí contesta.
“No te afanes ni te preocupes. En lugar de preocuparte, ora. Deje que las peticiones y las alabanzas conviertan tus preocupaciones en oraciones, haciéndole saber a Dios tus necesidades. Antes de que te des cuenta, un sentido de la totalidad de Dios, todo unido para bien, vendrá y te calmará. Es maravilloso lo que sucede cuando Cristo desplaza la preocupación del centro de tu vida”. Filipenses 4:6-7 (MSG traducida).