Recuerdo con temor y temblor la entrega de notas de mi época de colegio. No siempre me iba bien. Tuve una mala racha durante el año 2006 en donde no solo no me iba bien, sino que me iba bastante mal. Me recuerdo una entrega de notas en especial cuando había perdido tres materias: inglés, química y física. Yo sabía que me iban a regañar, ya estaba preparado para ello y así fue. Mi madre, muy firme como siempre, me regañó e hizo conciencia de mis responsabilidades, de mi futuro, y yo guardé silencio como pocas veces.
Horas después se acercó la hora del almuerzo. Yo no sabía si me iban a servir la comida en la mesa o me la iban a llevar en un traste a mi cuarto, como todo un preso. Lo que no sabía es que estaba a punto de conocer la misericordia: me llamó a almorzar mi mamá y comimos de lo más tranquilos. Sabía que ella seguía molesta, pero sus brazos seguían abiertos para su hijo más pequeño.
Todo este suceso me recordó una de mis historias favoritas en la Biblia: la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Este joven también había cometido un grave error, que fue pedirle su herencia a su padre y vivir desenfrenadamente, y por si sus malas decisiones fuesen poco, en el lugar en donde estaba viviendo hubo un problema de escasez de alimentos. Y en el punto más bajo de su vida, el hijo pródigo codiciaba el alimento de los cerdos. Fue en ese momento cuando se le ocurrió volver a su padre, quizá ya no como hijo, pero sí como un jornalero.
El hijo pródigo no estaba seguro si su padre lo iba a recibir, y si lo recibía, quizá lo hiciera cumplir las consecuencias de sus malas decisiones. Nadie se esperaba el desenlace de esta historia. Cuando aún estaba lejos, su padre salió corriendo a su encuentro: lo abrazó, lo besó, le dio regalos e hizo una gran fiesta.
A veces pensamos que al cometer un error Dios no nos va a recibir, y que si lo hace, lo hará con los brazos cruzados; sin embargo, Él solo sabe recibirnos con los brazos abiertos y con amor. No importa qué haya pasado en el camino, siempre tendremos un lugar seguro al cual podemos volver: los brazos de nuestro Padre celestial.
Quizá llevas mucho tiempo sin hablarle a Dios o sin leer Su Palabra. Talvez has tomado muchas malas decisiones en los últimos meses o años, pero nada de esto podrá cambiar Su deseo de estar contigo. Él decidió adoptarnos como hijos y esa decisión es irrevocable: hoy eres hijo, mañana serás hijo y siempre lo serás.
¡Vuelve a casa! Tienes un Padre que espera por ti con los brazos abiertos.
Por: Diego Herrera