Mi eterno miedo de la niñez era perderme en el supermercado. Aunque me gustaba ir a la estantería de los dulces siempre buscaba con la mirada a mi mamá. Por alguna razón pensaba que si me separaba de ella y me perdía, tendría que quedarme para siempre en el supermercado.
Cuando profundicé más en mi corazón, durante mi adolescencia experimentaba cierto miedo al abandono de mis amigos. Por eso siempre traté de ser una persona chistosa para que la gente se sintiera a gusto y contenta a mi alrededor.
Probablemente estos miedos hayan surgido en mi corazón por la ausencia paterna y estoy seguro que este trauma tenga algún nombre en psicología. Sin embargo, no quise investigar esta vez, les dejo esa tarea a ustedes.
Si somos sinceros, creo que, a mayor o menor medida, a todos nos causa temor el abandono. No sé si a ti te tocó experimentar el abandono de un padre, un amigo, una pareja o un familiar; puede que eso condicione la forma en que te relacionas con las personas e incluso con Jesús.
Quiero que me acompañen a leer esta historia en donde pareciera que Jesús abandonó a alguien, pero si prestamos atención no fue así. Juan 11:20-21 dice: “Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”.
Lázaro, el hermano de Marta y María, se encontraba enfermo y mandaron a llamar a Jesús y Él decidió quedarse dos días más en donde se encontraba. Por eso lo primero que le dice Marta al verlo es “si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. De alguna manera este es un reclamo a Jesús por su ausencia. Ellos lo necesitaban en ese preciso momento y Él no estuvo.
Cuando uno lee esta historia rápido podríamos sacar una conclusión incorrecta y pensar que a Jesús no le importó esa situación. Pero si prestamos atención en los detalles, nos damos cuenta de que Él siempre estuvo al tanto de lo que les estaba pasando.
Desde que Jesús recibe la mala noticia sobre Lázaro, dice: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Juan 11:4). Jesús tenía la convicción de que Lázaro iba a estar bien. Incluso antes de que llegara a Betania habló con Sus discípulos de esta situación (Juan 11:15).
Como Marta no vio a Jesús el día que más lo necesitaban sacó la conclusión de que quizás no les importaba lo que estaba viviendo. ¿Cuántas veces no hemos sido como Marta? Vemos solo una parte de la historia y sacamos conclusiones.
Jesús siempre estuvo pendiente de la situación y desde que se enteró utilizó el poder de Sus palabras para declarar vida sobre Lázaro. Él no llegó tarde, llegó justo a tiempo. Cuando fue momento de llorar, tuvo la empatía para llorar con los que le rodeaban (Juan 11:35). Pero no solo eso, sino que hizo un milagro sobre el problema que afligía a todos. Contra todo pronóstico, llamó a Lázaro de entre los muertos y reafirmó que sí le importaba la situación y que jamás los había abandonado (Juan 11:43-44).
Quizá sientes que Jesús te abandonó porque sucedió aquello que tanto temías, o puede que el día más difícil de tu vida solo hubo silencio. Pero no te apresures a concluir con base en el dolor. Jesús sí está al tanto de nuestra vida; en esos días duros y en lugar de alejarse da un paso más cerca de nosotros.
“El Señor está cerca de los que tienen quebrantado el corazón; él rescata a los de espíritu destrozado”. Salmos 34:18 (NVI)
Por: Diego Herrera