Dios me enseña mucho a través de la vida de mi hijo José Juan. Es demasiado ocurrente y le aprendo mucho. Le hemos enseñado a saludar, me he encargado de que salude cuando entra a algún lugar y que se despida cuando nos vamos. Ha sido un proceso de recordarle una y otra vez que lo debe de hacer. Ahora es muy natural de su parte hacerlo y ya se imaginarán lo orgullosa que estoy de verlo saludar y despedirse.
En una ocasión en la que José Juan saludaba, la persona no le devolvió el saludo, él me volteó a ver triste y me dijo: “Mamá, no me saluda”. En ese momento lo vi y le dije: “Mi amor, esa persona no se dio cuenta que lo saludaste. No pasa nada”. Se quedó tranquilo. Esto me hizo pensar en cuantas veces andamos en la vida con un corazón ofensivo: nos hacen algo y desechamos la relación sin dar de nuestro perdón.
Proverbios 27:19 (NTV) dice: “Así como el rostro se refleja en el agua, el corazón refleja a la persona tal como es”. Lo mejor que podemos hacer es tener un corazón sano, por eso te dejo unos puntos para que los pongas en práctica:
-Mantente en constante intimidad con Dios. Del Señor proviene todo y Él es quien nos ayuda a mantenernos sanos. Cada vez que sientas algo feo hacia alguien, ve y entrégaselo.
-No personalices nada. Quizá la persona que no te saludó, no se dio cuenta; o bien tiene un mal día. Evita decir: “No me saludó”, por ejemplo.
-Rinde cuentas. Ten un círculo cercano: líder o pastor, al cual puedas contarles tus ofensas para que te ayuden a orar por ti. De esa forma evitarás que crezca una raíz de amargura.
Seguramente hay más cosas que podemos hacer para mantener nuestro corazón sano. No dejes de pedirle al Espíritu Santo que te redarguye de las cosas que no estás haciendo bien para cambiarlas. Recuerda que es nuestra responsabilidad mantener nuestro corazón sano y como dice un autor: “El problema de la vida es que es diaria”. Nos toca todos los días mantenernos dulces.
Por: Melissa de Luna