Creo que aún no he vivido algo sumamente difícil. Algo en donde te pueda decir que me desbordé de tristeza o de llanto. O pensándolo bien, a lo mejor sí; pero escuchar otras historias me hace pensar que lo que yo he vivido no es tan duro. Me pasaba mucho que, al pensar en la posible muerte de mis papás, incluso en la de mi esposo, inmediatamente se me salían las lágrimas y lloraba bastante. Ahora ya no me pasa mucho, pero esa es otra historia que en otro blog te contaré. He perdido a tres de mis abuelitos, he visto cómo el matrimonio de mis papás se derrumba a tal punto de querer separarse, he visto el alcoholismo en mi casa antes de casarme. En fin: he pasado por situaciones que definitivamente no se las deseo a nadie.
Pero escucho otras historias, como la pérdida de los padres, de un hijo, el deseo de concebir un hijo y no poder, la pérdida total de cosas materiales, finanzas destruidas, accidentes trágicos, familias disfuncionales, divorcios, pleitos con golpes, enfermedades terminales… y la lista puede seguir. El punto aquí no es quién siente más dolor o a quién le afecta más (porque hablar de dolor es muy subjetivo y propio). Lo que te quiero dejar con este blog son dos perlas que mi corazón se quedó de una enseñanza que acabo de escuchar de una mis amigas que perdió a su hijo hace unos ocho años.
Mateo 26:36-39 nos habla de lo que Jesús estaba sintiendo unas horas antes de que Judas lo entregara. Dice la Biblia que estaba afligido y angustiado, Su alma estaba destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Jesús, en Su humanidad, le dijo a Dios que si le podía evitar ese sufrimiento, que no se lo hiciera pasar, pero que ante todo se hiciera Su voluntad.
Me gusta lo que me enseña esta cita bíblica acerca del dolor. No siempre lo voy a poder evitar aunque se lo pida a Dios, pero Él siempre me enseñará a atravesarlo y le dará un sentido a ese dolor. Mi amiga dijo en su enseñanza dos cosas:
-No hay dolor que no te acerque a Dios.
-“Quiero que mi mayor dolor le demuestre a Dios cuanto yo lo amo a Él”.
Dios supo cuánto Jesús lo amaba al obedecerlo aun cuando este no quería pasar por el sufrimiento que padeció. Él tenía que pasar por eso para que las Escrituras se cumplieran. Cada vez que atravesemos algo muy doloroso, Dios muchas veces no va a evitarnos la situación, pero siempre querrá cambiarnos el corazón. La pregunta que debemos hacer ante algo doloroso no es: “¿Por qué a mí, por qué yo?”, sino “¿Qué quiere transformar Dios en mi corazón a través de esta situación?”
Por: Melissa de Luna