Cómo me cuesta la mentira. Creo que fue a raíz de una corrección bastante fuerte que me hizo mi mamá. En varias oportunidades lo he contado y vale la pena recalcarlo para lo que te quiero decir. Estaba en cuarto grado si mal no recuerdo, y en el colegio siempre mandaban notas a la casa a mitad de la unidad. Esto para que nuestros papás vieran nuestros avances o bien de qué forma podíamos mejorar antes de que terminara la unidad. Recuerdo que iba mal en tres clases. En una era porque el profesor nos había dicho que antes de terminar la unidad nos iba aceptar las tareas sin bajarnos puntos. Entonces tomé muy en serio lo que dijo y dejé mis tareas para último momento, y mi reporte iba con muchos ceros. No quería enseñarles a mis papás esos reportes porque no iba bien. No quería que me castigaran, ni que me corrigieran. Entonces le pedí favor a una amiga que me firmara los reportes. Ella me los firmó y pensé que nadie nunca se iba a enterar.
Pero como toda verdad sale a luz, un día mi mamá con el afán de salir rápido de la casa, registró mi mochila y encontró mis reportes firmados por alguien más. Me dolió muchísimo la corrección de esa vez (porque me dio con chicote… Sí: los que usan las personas para adiestrar a un caballo) y creo que fue desde esa vez que empecé a sentir un repudio por las mentiras. Aunque creo que debería sentir eso por cualquier pecado.
Hace unas semanas Dios me habló de la verdad a través de este pasaje: Juan 3:20-21 (NTV): “Todos los que hacen el mal odian la luz y se niegan a acercarse a ella porque temen que sus pecados queden al descubierto, pero los que hacen lo correcto se acercan a la luz, para que otros puedan ver que están haciendo lo que Dios quiere”.
Exponernos es vergonzoso, el qué dirán, nuestra imagen se pone en “riesgo”, pero la Biblia nos enseña que el que no se expone a la luz es por temor a que sus pecados queden al descubierto y, al contrario, los que hacen lo correcto se acercan a la luz para que otros vean cómo Dios está obrando.
Termino contándote una de mis oraciones. José Juan, mi hijo de 2 años, busca mucho a mi esposo y le dice: “Mira, papá, mira”. Él quiere que su papá vea todo lo él que ve, que lo valide y que lo afirme (no sé si tiene que ver con algo de la paternidad). Le dice: “Mira, papá, mis zapatos”, “Mira, papá, cómo juego, cómo me baño”, etcétera. En medio de esas palabritas hago una oración: “Dios, te pido que, así como él le enseña las cosas buenas a su papá, también tenga esa confianza de primero enseñarte a ti lo malo y después a nosotros”. Luego hice esa oración para mí. Quiero amar la verdad aunque no siempre la quiera, porque Dios la ama; porque solo con la verdad podemos ser transformados.
Por: Melissa de Luna