Qué incomodo es que alguien te confronte o, mejor dicho, qué duro el tema de confrontar; porque ya sea decirlo o escucharlo, será algo que nos sacará de nuestra comodidad, pero sin duda nos hará crecer.
Recuerdo que cuando era pequeña mis papás me corregían bastante seguido. Mi papá solo con una mirada me podía hacer llorar y mi mamá se encargó de que conociera muy bien la paleta y en una ocasión hasta el chicote. Y pues es parte de crecer que te corrijan, pero ojo con lo que acabo de escribir: nunca dejamos de crecer. Eso quiere decir que nunca deberíamos permitirnos dejar de recibir corrección; ya sea porque alguien más lo haga o que nosotros lo pidamos.
En la Biblia hay varias historias de cómo Dios corrige, pero hay una en específico que me gusta mucho: de cuando el profeta Natán reprende a David. La Biblia no detalla tal cual la condición del corazón de David en ese momento, pero sabemos que Dios manda al profeta para que lo corrija. Qué difícil situación porque tenía que hablarle palabras duras pero llenas de vida a un rey que incluso podía mandar a matarlo. Y me encanta la sabiduría del profeta: empieza a contarle una historia y aprovecha a hacer una comparación:
2 Samuel 12:5-14 (NVI)
Tan grande fue el enojo de David contra aquel hombre, que le respondió a Natán: —¡Tan cierto como que el Señor vive, que quien hizo esto merece la muerte! ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja! Entonces Natán le dijo a David: —¡Tú eres ese hombre! Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí como rey sobre Israel, y te libré del poder de Saúl. Te di el palacio de tu amo, y puse sus mujeres en tus brazos. También te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que le desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa! ¡Lo mataste con la espada de los amonitas! Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer”. »Pues bien, así dice el Señor: “Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel”». —¡He pecado contra el Señor! —reconoció David ante Natán. —El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás —contestó Natán—. Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al Señor.
Finalmente, David entró en razón y reconoció su error. Y quiero decirte dos cosas:
- Una confrontación podría ser incomoda, pero necesaria.
- Una confrontación se hace con amor, pero con firmeza.
Hay palabras llenas de verdad y vida en la confrontación. Mi oración es que tu corazón sea humilde para reconocer fallas que otros te digan; o bien, que busques en tus cercanos y las personas que más te conozcan palabras de corrección para que tu corazón no se endurezca ante el pecado.
Todos tenemos fallas, ¡así que ánimo!
Por: Melissa de Luna