“No me lavarás los pies jamás” – Exclamó Pedro.
“Es necesario que lo haga” – Dijo Jesús.
Pedro finalmente entendió y permitió que su Maestro le limpiara lo que estaba herido, oculto, sucio, maloliente y endurecido: sus pies.
Jesús quería lavar a Pedro, no acusarlo. Él no estaba interesado en avergonzarlo por el estado de sus pies. Él solo quería lavar aquello que por la falta de cuidado, protección y agua se había ensuciado.
Tal vez hay aspectos en nuestra vida íntima que apestan, y parece ser que la mejor opción es dejarlos ocultos. Tal vez fuimos descuidados con nuestra alma y ahora resulta que está sucia, llena de deseos impuros, envidias, celos, iras, entre otros.
Podemos fingir que no está allí, pero el mal olor, de todo lo oculto, eventualmente sale a la superficie y se hace notorio. La única salida real es dejar que el Maestro nos limpié.
Dejemos que Jesús nos lave los pies.
Por: Fernando Pappa