Hace un tiempo atrás leí un versículo que quizás ya lo había leído antes, pero no había caído en cuenta acerca de su importancia. Mateo 12:36-37 dice: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Sabía que íbamos a rendir cuentas de lo que hacemos, pero no me había percatado de que también vamos a dar cuentas de lo que hablamos, y para mí eso fue un bombazo.
Aprender a dominar la lengua es muy difícil; sobre todo, cuando estamos molestos, disgustados, frustrados, dolidos o cuando ya es un pecado muy arraigado que tenemos como el chisme y la mentira. La Biblia dice en el libro de Santiago que si pudiéramos dominar la lengua seríamos perfectos, capaces de controlarnos en todo sentido. Sí leíste bien, perfectos. En otras palabras, podemos decir que depende de lo que hablamos, así podemos saber qué tan maduros somos nosotros y también los demás.
Ahora bien, para mejorar nuestra forma de hablar debemos alinearnos más a lo que dice la Palabra de Dios. Esa es nuestra mayor arma. Por eso, es tan importante que constantemente estemos leyendo y meditando en ella. Dios quiere que cuidemos lo que hablamos. Son tan importantes nuestras palabras que el Señor utilizó Sus palabras para crear todo lo que hay sobre la Tierra y el universo. Es muy fuerte lo que pensamos y lo que decimos. Hay vida o muerte en nuestra boca.
De nuestra boca puede salir de todo. Hay quienes se asustan mucho con una mala palabra, pero no con la falta de fe, la queja y los chismes. Te dejo tres consejos para poder mejorar nuestra forma de hablar:
1. Ante la duda, habla fe. Zacarías era un hombre que prácticamente vivía dentro de la iglesia. Él y su esposa no podían tener hijos y un ángel se le aparece a Zacarías y le anuncia que su mujer iba a tener un hijo y que lo iba a llamar Juan. Zacarías no lo podía creer y lo que hizo el ángel ante su incredulidad fue dejarlo mudo porque la palabra se tenía que cumplir. Ante las promesas de Dios, no se duda, se cree.
2. Ante la queja, habla con agradecimiento. Podemos entristecer al Espíritu Santo con lo que sale de nuestra boca.
3. Ante la murmuración, cerremos la boca o seamos valientes para decir de frente lo que estamos sintiendo, con quien lo estamos sintiendo.
Recordemos que la duda, la queja y la murmuración son obras de la carne que debemos rendir todos los días de nuestra vida. Hablemos bien, pensemos lo que vamos a decir y utilicemos más la Palabra de Dios para mejorar nuestra forma de hablar.
Por: Melissa de Luna