En mi vida caminando con Jesús he recibido muchas cosas de Él. Y claro: me ha pedido muchas también. Pero hoy quiero contarte algo que me costará toda mi vida entregarle.
Desde que era pequeña mi mamá nos inscribió en diferentes academias de deportes. Cuando tenía 18 años compre mis VHS de Tae Bo. No faltó la caminadora (para tender toallas). Entiendo cómo funciona el ejercicio en el cuerpo, me he inscrito a muchos gimnasios, he practicado deportes y hasta he comprado aplicaciones para hacer ejercicio, pero en serio: a pesar de mis mil intentos, me cuesta muchísimo encontrar disciplina para eso. Esto siempre lo dije muy orgullosa hasta que Dios me corrigió durante un tiempo de oración.
Sentí el peso de Dios en mi corazón diciéndome: “Preséntame ejercicio”. Quizá a ti te parezca extraño, pero mi corazón sabe que Dios me pidió hacer ejercicio. Justo en esos días mi esposo estaba leyendo a Ezequiel. Después de hacer su lectura me decía: “Dios le pedía cosas extrañas e Ezequiel”. Me encontré a una amiga y me dijo: “Quiero que conozcas la disciplina del ejercicio”. Encendía el radio y alguien decía: “El ejercicio para poco aprovecha… pero aprovecha”. Mi papá me llamaba y me contaba que salía a caminar diario… ¡Por todos lados recibía el mismo mensaje implícito: “haz ejercicio”!
Pero no obedecí nada: literalmente nada. Y me quedé en mi sillón viendo TikTok. Simplemente no obedecí.
Un día le conté a alguien que me dijo: “Si tienes claro que eso viene de Dios y no lo haces es desobediencia”. Pero algo de mí se excusaba en que “es solo un hábito” no es que sea un pecado. Hasta que encontré esto en la Biblia: “y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17); y en ese momento entendí que no es pecado no hacer ejercicio, pero sí lo es desobedecer a Dios.
Mi deseo es perseverar. Cuando Dios te pide algo no es por que sea malo o bueno, sino porque es Su deseo. ¡Atiéndelo! Y no te tardes tanto como yo. Que nuestra vida esté llena de pequeñas y grandes obediencias y que de esta manera podamos experimentar que en ese paso de obediencia encontramos el propósito de Dios y provocamos una sonrisa en Su rostro.
Y aquí me tienes: con los tenis listos.