Mi mamá me cuenta que cuando yo era pequeña, me gustaba mucho pintar las paredes, y como toda buena mamá, a ella eso le molestaba mucho. Siempre me corregía cuando me encontraba haciendo mis obras de arte sobre áreas que no eran precisamente papel.
Un día que llegó de trabajar, nuevamente vio las paredes de la casa hermosas con pintura de muchos colores. Muy enojada, me preguntó: “¿Quién fue?” Y yo, atemorizada porque sabía que me esperaba un buen regaño, le respondí: “Yo no fui mami, fue teté”. Al escuchar esas palabras, ella no pudo contener la risa y con tan buen humor, ya no me corrigió.
Es difícil tomar responsabilidad de nuestros actos. A veces, hacemos lo que sea por evadir una corrección o un momento incómodo. Y tomamos la salida más fácil: ver a qué o a quién culpamos por nuestras decisiones y acciones. Un “es que”, “yo no sabía”, “yo no fui”, demuestran que no queremos responsabilizarnos por lo que hacemos. Y eso es actuar cobardemente.
Adán quiso evadir una corrección de parte de Dios y culpó a Eva, pero ella no lo obligó a comerse el fruto. Gálatas 6:5 (NTV) dice: “Pues cada uno es responsable de su propia conducta”. Así que reconocer tus errores es parte del proceso de ser mejor persona y requiere de mucha valentía.
No evadas ninguna corrección ni momento incómodo, no dejes que tu corazón se llene de orgullo y nuble tu vista respecto a lo malo que haces. Siempre busca hablar con la verdad y asume tu responsabilidad, ya que es la única forma de recibir perdón, superar los errores y avanzar libres de culpa.
Por: Melissa de Luna