¿Has sentido un disgusto profundo cuando ves pasar a alguien que te cae mal? Yo sí. Esta clase de encuentros cercanos de tipo mundano pueden ocurrir dentro de la iglesia así como fuera de ella. Como cristianos (seguidores de Cristo y Sus enseñanzas) podríamos llegar a pelearnos, arreglarnos y mantenernos en esas, pero amarnos. Te preguntarás cómo es eso posible… bueno, pues con el fruto del Espíritu Santo.
Se escribe fácil, pero vivirlo es un poco más complejo que eso. Este tipo de conductas no nacen naturalmente porque son contrarias precisamente a eso: a nuestra naturaleza; pero si nos ponemos en manos de Cristo y dejamos que Él obre a través de nosotros podemos llegar a sorprendernos de lo que seremos capaces.
Así que, ese día cuando me recorrió un escalofrío por toda la espalda porque de lejos vi llegar a una persona que no soporto, el Espíritu Santo me recordó Efesios 4:2-4, que dice: “Sean siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las fallas por amor. Hagan todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y enlazados mediante la paz. Pues hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, tal como ustedes fueron llamados a una misma esperanza gloriosa para el futuro”. T-O-L-E-R-A-N-C-I-A, es decir aguantar, soportar, aceptar los errores y continuar en respeto y amor.
¿Cuál sería la diferencia entre las relaciones que se entablan fuera de la iglesia con las que se entablan dentro de ella, si las llevamos con odio, tristeza, ansiedad, impaciencia, resistencia, maldad, desconfianza, ira o desenfreno? El amor que nos tengamos entre unos y otros será la prueba ante el mundo de que somos discípulos de Jesús. Te invito a que corras a tu habitación, cierres la puerta, pidas perdón por lo que sientes en contra de esa persona y solicites al Espíritu Santo que te ayude a amarlo o amarla a pesar de. Dios sabe que yo, personalmente, hago eso más de lo que me gustaría confesar.
Por: Daniela Quintero de Ardón