Cuando leí el libro de Bernardo Stamateas “Gente tóxica”, estaba coincidiendo con algunas personas que me afectaban por su falsedad, chismes, y manipulación hacia otros, pero ¡claro! quién las señalaría de tóxicas si no se peleaban con nadie. Yo estaba muy incómoda de relacionarme con formas pacíficas, pero en mi opinión: personas venenosas. Estaba dispuesta a leer el libro ¡y que me diera la razón!
¡No me tardé mucho al estar midiendo a otros! En el libro también me encontré mis propios venenos. Sí, y fue un golpe muy duro. ¡Ay! No me gustó ver también mis maneras de ser lo que el libro enseña: gente tóxica. Si te digo la verdad, descubrí que casi todas las personas que conozco tienen algo, una cosa… alguito. Todos tenemos cosas tóxicas que cambiar. Aunque sé que muchas personas son más conscientes de cómo afectan a otros, Dios me llevó a un proceso de arrepentimiento de mis actitudes y de aceptación hacia los demás. No puedo medir a otros con mi veneno en las manos.
Te recomiendo la lectura, pero hoy, en un ejercicio corto te pido que consideres: ¿qué tengo yo que afecta a otros? Será que soy olvidadiza, me separo si no hacen las cosas cómo me gustan, no dejo hablar a los demás, soy desconfiada, contesto feo, soy impuntual, culpo a los demás, no tengo responsabilidad afectiva, tengo rencor pasivo, minimizo lo logros de otros, me quejo siempre, soy indiscreta o quizá no digo nada, no aporto nada en donde estoy, tengo envidia, soy volátil, no digo nada en público, pero después opino en privado… un chismecito, pues. En fin. El libro del Dr. Stemateas termina diciendo cómo podemos ser libres de la gente, pero me encontré que no soy esclavo de la toxicidad de nadie sino de la de mi corazón.
Y aclaro, sí hay personas tóxicas que generaran dinámicas difíciles como abusivez, abuso o violencia, y hay que aprender a poner límites, pero mi punto es que de alguna manera todos y cada uno de nosotros, podemos tener actitudes, reacciones y formas de relacionarnos que no son saludables. Lo peor que podemos hacer es asumir que no hay nada que cambiar en nosotros y conducirnos sin notar que, muchas veces, nuestro corazón es el que saca la banderita roja.
1 Juan 1:8 (RVR1960): Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Por: Madis Sánchez