Cuando era niña y enfermaba solía preguntarle a mi mamá: “¿Has sentido este dolor?” o, “¿También te ha pasado?”. El simple hecho de que me dijera que sí me tranquilizaba. La forma en la que yo lo veía era que, si ella había superado el obstáculo, yo también lo podría hacer. Pero cuando crecemos nos cuesta creer que otros también experimentan luto, enfermedades, vergüenzas, rechazos y tentaciones como las nuestras.
La Biblia nos refuta este pensamiento en 1 Pedro 5:9-10: “…al cual [el diablo] resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfecciones, afirme, fortalezca y establezca”.
¿Puedo evitar el dolor?
Dios no nos exime de las dificultades o pruebas en la vida diaria, sino que nos da la confianza de que a partir de esos obstáculos nacerán nuevos propósitos, sabiduría y aun alegrías. También nos hace ver que lo que estamos atravesando no matará nuestro espíritu, que muchas otras personas pueden testificar que lo han superado equipados por su Espíritu.
De ninguna manera evitaremos el dolor, pero sí podemos evitar el sufrimiento.
¿Qué piensa Jesús de mi dolor?
Desperdicio este espacio si no redirijo tu mirada a lo más importante: a Cristo. Él es el claro ejemplo de alguien que sufrió. Isaías lo profetizó así:
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto”, dice Isaías 53:3.
Hoy mismo podríamos orar y sacar toda una lista de nuestros problemas y seguramente Él diría: “A mí también me pasó”. Y aunque esto pueda sonar solamente una aportación poética, lo que te acabo de contar es la razón exacta por la que debes recobrar la esperanza: Él ya sufrió para que tú puedas vencer todos los dolores.
“…y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”, dice Isaías 53:3-5.
De nuevo, con Cristo sufrimos dolores, pero no el final que nos correspondía. Es decir, cuando andamos en Sus caminos nos aseguramos de que todo lo malo que nos suceda termine en un “…y fue feliz para siempre” en lugar de un final trágico y cierre inconcluso.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, dice Juan 3:16.
Por: Daniela Quintero de Ardón