Ludwig Van Beethoven, el compositor alemán, perdió gradualmente su sentido auditivo. Algunos dicen que nunca compuso completamente sordo, sin embargo, la pérdida fue tan significativa que muchos de los sonidos los tuvo que imaginar. El 6 de octubre de 1802 escribió una carta dirigida a sus dos hermanos, Johan y Caspar. Se titula Testamento de Heiligenstadt y uno de sus párrafos dice:
“…he pasado estos últimos seis meses en el campo, aconsejado por mi inteligente médico, para cuidar mis oídos lo más posible. Él previó casi, mi actual situación, aunque a veces, arrastrado por el instinto de la sociedad, me he dejado desviar del camino señalado. Pero qué humillación cuando alguien a mi lado oía el sonido de una flauta a lo lejos y yo no oía nada, o cuando alguien oía cantar a un pastor y yo tampoco oía nada. Tales situaciones me empujaban a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida”.
Qué agonía más grande habrá sentido al perder una herramienta indispensable para su arte. Él nunca dejó de componer porque pudo más el conocimiento musical, las técnicas para sentir las vibraciones, los amigos de la industria y su testarudez. Se dice que Coral, su novena sinfonía, es una de las piezas más importantes en la música clásica y fue compuesta durante un periodo de limitada capacidad auditiva para él.
¿Qué pasa cuando los sentidos nos fallan? ¿Qué ocurre con un hijo o una hija de Dios que no “siente” nada? Nuestra fe no puede estar basada en lo que sentimos porque el corazón es engañoso. Confiemos en lo que sabemos. Cuando no escuchamos recurrimos a Su palabra para guiarnos, pero no nos estancamos.
Salmos 119:54-57 dice: “Cánticos fueron para mí tus estatutos. En la casa en donde fui extranjero. Me acordé en la noche de tu nombre, oh Jehová, y guardé tu ley. Estas bendiciones tuve porque guardé tus mandamientos. Mi porción es Jehová; he dicho que guardaré tus palabras”.
Estos son algunos consejos que puedo darte para atravesar ese periodo en el que no sientes a Dios:
1- Memoriza y digiere la Biblia. Todas sus promesas están ahí. Dios las cumplirá al pie de la letra.
2- Rodéate de amigos que te inspiren y encaminen a seguir a Jesús.
3- Búscale incansablemente. Busca su rostro de día y de noche porque no es un mal padre para esconderse de aquellos con corazón humilde.
Por: Daniela Quintero de Ardón