Todas hemos tenido sueños. Si no lo crees, piensa cuando eras pequeña. Yo recuerdo que durante un tiempo quise ser cajera. Me encantaba jugar a escanear el código de barras de los productos y hacer como si se abriera una caja registradora. Después pasaron los años y a raíz de que a mi abuelita le dio cáncer, quise ser oncóloga. Yo le decía a mi mama: “Mami, yo voy a ayudar a que mi abuelita sane”. Y así puedo seguir contándote todo lo que quise ser cuando fui pequeña.
Quizá seas de las personas que sueñan mucho, que escriben sus metas y las logran (creo que todas quisiéramos ser este tipo de persona), o bien, quizá no seas soñadora, te cueste mucho soñar y solo vayas por la vida en “neutro”. Por eso hoy te quiero recordar que Dios quiere que soñemos.
La Biblia nos enseña en muchos pasajes el carácter de Dios. 1 Juan 4:8 nos afirma que Él es amor. Deuteronomio 32:4 nos dice que el Señor es justo. Hebreos 13:8 nos habla de que Él es digno de confianza y Génesis 1:1-2 nos dice que es Creador. Hay más versículos que te podría citar para mencionarte más características porque tenemos un Dios que es todo: alegre, paciente, amable, bondadoso, fiel, humilde y… la lista continúa. Pero hay algo importante en todo esto: Él nos hizo a Su imagen y semejanza; esto quiere decir que cuando nos creó puso todas estas características en nosotras, incluyendo nuestra capacidad de soñar.
En la Biblia hay una historia acerca de un joven llamado Jeremías. Las Escrituras nos cuentan que Dios, antes de darle vida, ya lo había elegido, apartado y destinado para ser profeta de las naciones. Esto quiere decir que tu y yo hemos sido elegidas, apartadas y destinadas a hacer algo grande para Dios. ¿Lo puedes creer?
Él le dio los dones que Jeremías necesitaba para cumplir con ese sueño; y así como se los dio a él nos los dio a ti y a mi también. Todos los dones y talentos que Él ha puesto en tu vida son para que los uses para cumplir tus sueños. A Jeremías le tocó trabajar por esos sueños, le tocó esforzarse y ser valiente. Nos toca trabajar esos dones y quizá hasta pulirlos. Si Dios ya te dio la habilidad en el arte o en algún deporte, entonces practícalos. Si Él te dio la gracia en los negocios; entonces trabaja en ese don. Siempre hay una parte que nos toca a nosotros hacer.
Y por último, ya deja de poner excusas. Quizá sean validas o no, pero esas excusas solo te paralizan, te acomodan y no te dejan avanzar. Haz el tiempo, ora para que Dios mande los recursos, trabaja aunque sea cansado y desgastante, y no tengas miedo porque el Señor está contigo.
Por: Melissa de Luna