Queridos Líderes,
¿Quién les enseñó que está mal reconocer errores y faltas delante de los discípulos? Es difícil poner un tono a las palabras escritas (por eso, es mejor una reunión en persona que un mensaje de texto). Mi deseo es que puedan comprender el tono de esta carta: estoy molesto. Los invito a que lean otra vez la pregunta con el tono correcto. ¿Quién les enseñó que está mal reconocer errores y faltas delante de los discípulos? ¿Quién les enseñó que está mal dar la cara?
Me dirijo a ustedes como Pablo se dirigió a Timoteo, sean sobrios en todo. Por favor sean sobrios en todo. El prójimo ve el mensaje del Evangelio a través de los lentes de tu ejemplo, es decir, la manera en la que te conduces equivale a los lentes que el prójimo usará para comprender el Evangelio. En ningún momento le estoy quitando la pureza y el poder que tiene el mensaje de salvación, lo único que digo es que nos podemos complicar al compartir las buenas nuevas. En esa búsqueda de sobriedad todos llegaremos a fallar sin excepción. Honestamente, no tengo ningún problema con que mi gente falle. En donde sí tengo problema es en dos escenarios que describo: el primero es donde alguien constantemente falla y no hay arrepentimiento; el segundo es donde se falla, pero no hay humildad para reconocer la falta.
Hay responsabilidades que debemos cargar encima de nuestros hombros, pero la responsabilidad de ser perfecto no es una de ellas. Como líder se espera cierta “perfección” en dos áreas: en las decisiones que implican santidad y en las decisiones que implican liderar. Puede existir un patán liderando también puede existir un santo que no sepa liderar, pero dentro del obispado no consentimos ninguna de las anteriores y, en cambio, pretendemos ambas: santidad y liderazgo. Querer ser perfecto en santidad tiene más parecido al pacto de maldición que al nuevo pacto donde confiamos y creemos en que Jesús es el perfecto.
Querida Iglesia, préstame atención: no es una invitación a una vida de imperfecciones, tampoco justificación a mis imperfecciones o las de algún cercano; es una invitación a una responsabilidad más grande. Cuando cometemos errores tenemos la responsabilidad de ser honestos, la responsabilidad de arrepentimiento y la responsabilidad de rendir cuentas. En cada momento que lleguemos a fallar al llamado de sobriedad, en esos momentos donde nuestra carne se impone sobre la voz del espíritu, les ruego una sola cosa: no sintamos temor a reconocer una falta.
Con bastante amor paternal, teniendo en mente los momentos que he visto en mi ojo una viga y los momentos que he visto la paja en el ojo de algunos de ustedes, les recomiendo cinco cosas que hacer al momento de pecar:
1. Arrepentirse rápido.
2. Confesar rápido.
3. Aceptar perdón rápido.
4. Pedir perdón rápido.
5. Iniciar el proceso de restauración rápido.
Por último, espero que cuando cometan errores en liderar ─por ejemplo, en dar instrucciones, en escoger un lugar para retiros o en mover fechas ya establecidas, entre otros─; queridos líderes, con mucho respeto les digo lo siguiente: no es necesario justificarse, evadirlo o insistir en que no se necesita un cambio. No está mal el hecho de reconocer tus faltas ante tus discípulos.
Por: Juan Diego Luna