Hace algunas semanas estaba jugando escondite con mis sobrinos. Es muy chistoso jugar con ellos porque no se esconden muy bien. Davidcito, aunque es pequeño y cabe en cualquier lugar, siempre se ríe cuando ya está escondido. A Ximenita ya le está agarrando la maña al juego, pero todavía no cuida algunos detalles como dejar los piecitos afuera de la cortina o que se le vea su cabecita atrás del sillón.
Jugamos una y otra vez y siempre los encuentro y creo que eso es lo alegre: que siempre los logro encontrar. Esto me hizo pensar mucho en la relación que tenemos con Dios. A veces estamos muy cerca de Él, pero en otras ocasiones decidimos alejarnos. Hasta cierto punto funciona igual que cualquier otra relación que tengamos, fluye constantemente, jamás permanece igual.
Veamos el ejemplo de Adán y Eva. Ellos tenían una relación cercana con Dios, pero cuando cometieron el error de no obedecerle en la instrucción que Él les había dado, empezaron a sentir culpa y decidieron esconderse. Esta parte no es la que me voló la cabeza, pues, a decir verdad, ¿quién no suele huir y esconderse cuando ha cometido un error? Lo que llamó mi atención fue la reacción de Dios: los siguió buscando, aunque ya sabía el error que habían cometido; y se puede percibir mucho amor en la pregunta que les hace: “¿Dónde estás?” (Génesis 3:8-9). No creo que se refiriera a su ubicación física porque Dios es Omnipresente. Seguramente ya sabía en dónde se encontraban. Su pregunta iba más enfocada en saber en dónde estaba su corazón, por qué habían decidido esconderse de su Creador, de su amado.
Dios siempre ha buscado estar cerca de nosotros a pesar de nuestros errores, debilidades, faltas y pecados. Realmente nada puede disminuir Su deseo de establecer una relación cercana con cada uno de nosotros. No hay arbusto lo suficientemente grande como para escondernos de Él. No hay distancia lo suficientemente lejana como para que Su presencia no nos encuentre. No hay nada que nos pueda separar de Su eterno amor (Romanos 8:38-39).
Al final, Dios siempre gana en este escondite cósmico que a veces jugamos con Él. Por más bien que nos escondamos, nuestro destino es terminar Su lado: “Lo verán cara a cara, y llevarán su nombre en la frente”, dice Apocalipsis 22:4.
Dios nunca pierde en el juego del escondite porque jamás se cansa de buscarnos hasta encontrarnos y tenernos cara a cara.
Por: Diego Herrera