Lucas 17:11-19 cuenta la historia de unos leprosos que fueron con Jesús para ser sanos. En esa época ser leproso significaba apartarte de tu familia y de la sociedad. Cuando Jesús los vio les dijo que fueran al templo y en el camino empezaron a ser sanados. Lo más curioso es que todos fueron sanos, podrían regresar a donde quisieran, pero solo uno regresó a Jesús a agradecerle y no solo recibió sanidad, sino también la salvación.
¿Cuántas veces no hemos sido así como los leprosos? Buscamos a Dios por alguna necesidad, problema o aflicción, pero cuando ya estamos bien y recibimos lo que queríamos, se nos olvida regresar a Jesús. Puede que seamos líderes, cristianos desde hace muchos años, estemos sirviendo en la iglesia o en grupos de amistad, pero no volteamos a ver a Cristo ni regresamos a Él. Muchas veces sabemos que Jesús está ahí le medio platicamos, pero no estamos regresando a Él para estar cerca. Nos acercamos solo para pedirle algo, pero no para agradecerle por lo que ha hecho con nosotros.
O ¿qué pasa cuando oramos y oramos por algo, por alguna necesidad, pero después de un tiempo no vemos la respuesta que queríamos y decimos: “no se ha cumplido lo que pedimos”? Muchas veces nos podemos llegar a frustrar o decepcionar. Seguimos con Dios, pero nuestra misma frustración nos hace dejar de esperar o, en el peor de los casos, alejarnos de Dios. ¿Qué hubiese pasado si el leproso no hubiera sido sanado? Estoy segura de que igual estando enfermo hubiese regresado a Jesús. Al llegar a Jesús de igual manera hubiese obtenido su mayor milagro: la salvación.
¿Estamos teniendo una relación con Dios o vamos en automático? ¿Estamos sirviendo por agradecimiento al Señor o por costumbre? Volteemos otra vez a Jesús y regresemos a Él. Puede que haya respondido a lo que le estás pidiendo o puede que todavía no, pero ten por seguro que si regresamos a Él nos dará algo mejor.