Jesús fue abordado por los sacerdotes y ancianos que se encontraban en el templo. Lo habían visto hacer milagros y enseñar sobre los asuntos del reino, por lo que le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad?”. Jesús les propuso un trato: “Yo también les haré una pregunta, y si me la contestan, también yo les diré con qué autoridad hago estas cosas”. Sencillo, ¿no creen?
Al parecer no lo fue para ellos porque la pregunta que Jesús les tenía los llevaría a la humildad y al quebrantamiento. “El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?”. Al leer esto en la Biblia me siento como cuando veo una película de suspenso y le grito al televisor: “¡No entres allí!”, solo que en este caso le estoy gritando a estos señores: “¡Solo admítanlo!”
Para nuestra sorpresa, no pueden contestarle a Jesús porque si decían que era del cielo entonces les preguntaría por qué no le escucharon, y si decían “del mundo” se echarían encima al pueblo entero porque ellos reconocieron a Juan como un profeta. Es decir, no pudieron contestar porque tenían una reputación qué guardar.
Entonces Jesús les dijo: “Tampoco yo les digo con qué autoridad hago estas cosas”. Qué lamentable que no recibamos el regalo de la revelación porque no somos capaces de admitir nuestra condición. Estamos más interesados en caer de pie ante cualquier situación de la vida que doblar nuestras rodillas y reconocer nuestro pecado o, al menos, nuestra ignorancia. No podemos recibirla porque no tenemos el corazón correcto.
Recordemos lo que dice Mateo 13:11-15 (NTV): “A ustedes se les permite entender los secretos del reino del cielo, les contestó, pero a otros no. A los que escuchan mis enseñanzas se les dará más comprensión, y tendrán conocimiento en abundancia; pero a los que no escuchan se les quitará aun lo poco que entiendan. Por eso uso estas parábolas: Pues ellos miran, pero en realidad no ven. Oyen, pero en realidad no escuchan ni entienden. De esa forma, se cumple la profecía de Isaías que dice: Cuando ustedes oigan lo que digo, no entenderán. Cuando vean lo que hago, no comprenderán. Pues el corazón de este pueblo está endurecido, y sus oídos no pueden oír, y han cerrado los ojos, así que sus ojos no pueden ver, y sus oídos no pueden oír, y su corazón no puede entender, y no pueden volver a mí para que yo los sane”.
En conclusión: quien cree saberlo todo no tiene la capacidad de aprender nada.
Por: Daniela Quintero de Ardón