No quiero asumir que viviré para siempre. Quiero recordar que el cuerpo que tengo hoy es finito y estar presente en mis días. Quiero dejar de preocuparme por lo que traerá mañana, después de todo, no puedo hacer más que hoy. Como diría C. S. Lewis: “Es solo nuestro pan de cada día lo que se nos anima a pedir. El presente es el único momento en el que se puede cumplir algún deber o recibir alguna gracia”.
Quiero disfrutar a quienes tengo hoy conmigo, tener presente que pueden no estar mañana. Recordar que, como algunos que ya no están, otros pueden irse también sin anunciar su partida y no pensarlo con tristeza, sino que sea el motor de intencionalidad para buscar la cercanía. Amarlos sin temor y enfocarme en dar. Quiero entonces perdonar fácil, recordar que al enojarme quien pierde soy yo.
Quiero viajar ligera de recuerdos difíciles, de culpa y remordimientos. Entender que hay más razones para confiar que para temer. Quiero ser difícil de herir, quiero que mi gozo sea un óleo en el corazón que hace que los dardos de veneno resbalen. Tener presente que la felicidad es un estado interior que tiene poco que ver con el mundo exterior.
Quiero valorar más lo intangible como la paz y la libertad, trabajar para alcanzar eso más que lo material. Cuidar mi templo, pero no afanarme por él. Tener presente que una mente y corazón sanos son el inicio del cuerpo saludable y que la salud es un beneficio invaluable.
Quiero disfrutar mi hoy, recordar que no puedo agregar un minuto a este día o un centímetro a mi altura. Tener presente que puedo cambiar únicamente lo que está en mis manos. Quiero vivir, realmente vivir, pensar que si me voy mañana viví una vida larga y profunda, no por los años sino por la forma de vivirla. Sobre todo, quiero recordar que no hay forma de vivir sin agua, quiero beber del agua que solo Jesús puede dar, la que reconforta al caído, da gracia al humilde y fuerza al cansado. Quiero esa agua que no escasea y que de mi interior corran ríos de ella. Quiero vivir plena, pero con Jesús.
Por: Mónica Tello