Manuela, a sus veintitrés años, nunca había visto el mar. Su reacción marcó mi corazón.
Manuela es quien nos ayuda con nuestro hijo. Ella hace posible que mi esposa y yo podamos seguir trabajando a tiempo completo. Después de tres horas y media de viaje en carro —y tiempo en que José Juan lloraba por la desesperación de estar atado a la silla de bebé— por fin llegamos a la playa. Nuestra hora de llegada coincidió con el atardecer. El sol naranja estaba tocando el mar, suficiente luz para ver los celestes vivos del cielo convertirse en azules oscuros. Le pregunté a Manuela: “¿Querés ver el mar?” Respondió que sí y se permitió correr hasta la arena.
Intentaré describir el asombro en su rostro. Sus ojos estaban con esa chispa de ilusión. Parecían los ojos de un novio en la iglesia a punto de casarse cuando ve llegar a su prometida. La boca abierta y, a pesar del sonido de las olas rompiendo, se escuchó un suspiro de paz. Ella tomó unos momentos en silencio, volteó a ver hacia ambos lados y me preguntó: “Don Juan Diego, ¿esto tiene fin?” No supe qué responder a su pregunta. En ese momento interrumpí la conversación que estaba teniendo conmigo mismo para preguntarme: “Juan Diego, ¿cuándo fue la última vez que viste algo con este asombro?”
Me quedé meditando por unos minutos, suficiente tiempo para que Manuela se acercara a la arena mojada a tomar unas conchas blancas y lograra juntar un manojo. Empecé a buscar cerca mío sí había algunas para darle y fue en ese momento cuando la frustración me invadió: ¡qué asco de playa! Basura por todos lados, especialmente plástico: botellas de gaseosa, zapatos tipo Crocs, vasos, bolsas…
La creación de Dios es asombrosamente bella. Los cielos, los mares muestran la majestuosidad de nuestro Creador… ¡y nosotros llenándola de porquería! Una belleza corrompida por las personas.
Apocalipsis 21:1-2 (NTV)
Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y también el mar. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde la presencia de Dios, como una novia hermosamente vestida para su esposo.
Nuestra naturaleza humana está destinada a corromperse. Nos deterioramos con el tiempo y pareciera que todo lo que tocamos tiene el mismo destino, es por eso que nuestra esperanza es la resurrección. Jesús, siendo la primicia de esta promesa, no solo nos dijo que tendremos cuerpo nuevo, sino que también Dios redimirá Su creación. Su promesa de redención incluye un cielo y una tierra nuevos. Todo esto sucederá en la segunda venida de nuestro amado Mesías. El matrimonio del reino de los cielos con la tierra o —dicho en palabras de N. T. Wright en su libro Surprised by hope— “El futuro de Dios”.
Seguimos siendo mayordomos del hogar creado para nosotros, pero si el futuro de Dios es una tierra nueva, ¿qué sentido tiene cuidarla en el presente? Claro: a menos que tú y yo seamos esa promesa futura en el presente. No solo creer que vendrá el reino de los cielos, sino provocarlo. Como dice Junior Zapata: “Somos semillas del reino en reino ajeno”. Como dice Jesiah Hansen: “Soy del futuro”. Como dice Jesús: “Yo soy, ahora mismo, la vida y resurrección”.
Juan 11:25 (MSG)
25 “You don’t have to wait for the End. I am, right now, Resurrection and Life. The one who believes in me, even though he or she dies, will live.
¡Ese es nuestro futuro! Cielos nuevos, tierra nueva, cuerpos resucitados. La nueva Jerusalén, nuestro Mesías en el trono. ¿O cómo te imaginabas acaso que iba a ser el cielo?
Escrito Por: Juan Diego Luna