A inicios del 2020 todos teníamos planes importantes. Ocho meses después no nos atrevemos a utilizar la semana siguiente en nuestras agendas. Lo inesperado se volvió algo predecible.
Algunos cancelaron sus tours por Europa, otros pospusieron su boda hasta darse cuenta que el amor y las ganas no se detienen, a muchos la enfermedad les tocó la puerta y otros se tuvieron que despedir de sus colegas y clientes sin goce de una promesa para el futuro laboral. El 2020 resaltó con marcado permanente las palabras: “Solo sé que no sé nada”.
Aún así, cuando muchos compartimos la misma situación, nos esforzamos en encontrar lo “injusto” de nuestra vida preguntándonos, ¿por qué a mí? La Biblia nos dice que hay tiempo para todo, “…para nacer…morir…destruir…construir…llorar…reír…estar de luto…saltar de gusto…abrazarse…despedirse…intentar…desistir…callar…hablar…amar…odiar….hacer la guerra o armar la paz…” (Eclesiastés 3:1-8 NVI). Lo que la Biblia no dice es que todos viviremos lo mismo al mismo tiempo.
La tristeza que llegamos a sentir muchas veces se enraíza en la mentira que el césped es más verde en la casa del vecino. Pero y si pudiéramos entender que para los hijos de Dios todo obra para bien. Si pudiéramos creer que Él tiene un plan tejido en medio de esto que estás viviendo.
Si viviéramos pensando que la vida es una sorpresa entenderíamos que así es como fluimos. Comprenderíamos que Dios tiene una agenda diferente y especial para cada uno de nosotros.
La certeza que debemos tener es que para los hijos de Dios, para aquellos que le aman, todo obra para bien. Mientras tanto nos toca confiar. “Así como no puedes entender el rumbo que toma el viento ni el misterio de cómo crece un bebecito en el vientre de su madre, tampoco puedes entender cómo actúa Dios, quien hace todas las cosas.” (Eclesiastés 11:5 NTV).
Por: Daniela Quintero de Ardón