Recuerdo cuando era pequeña y quería muchas cosas. Unas se las pedía a mis papás, otras las esperaba para cuando llegara diciembre y pedírselas a Santa Claus. Y otras solo las imaginaba, creyendo con todo mi corazón que iba a tener eso o que iba a pasar eso que deseaba.
Me imaginaba mucho en la luna, con mi vestimenta de astronauta saltando y flotando. También me imaginaba de doctora, atendiendo a enfermos, porque en ese momento mi abuelita estaba enferma y yo decía: “Yo voy a tener una clínica para ayudar”. También me imaginaba en una casa grande con un jardín enorme, con muchos niños. Niños que no tenían dónde dormir, ni familia y allí les dábamos un lugar para crecer. Y muchas noches, mientras escuchaba el programa de radio “Noches de adoración” —que lo dejaba puesto más por el miedo a la oscuridad—, me hincaba a la orilla de mi cama y me ponía a orar. Las luces apagadas y solo el sonido de la música de fondo.
No recuerdo exactamente todas mis oraciones, pero sí recuerdo una en particular donde le pedía a Dios que lo quería ver. Y como creía que me podía aparecer, me entraba un miedo y prefería ya no abrir los ojos. Lentamente y con los ojos cerrados me paraba y me acostaba con mi corazón latiendo rápido para poder dormir.
Hay muchas cosas que sigo creyendo con todo mi corazón, pero hay otras que, mientras escribo esto, me recuerdo que ya las dejé en el olvido. La situación actual que estamos viviendo en el mundo provoca que quizás perdamos la esperanza de cosas que queremos lograr. Imaginar las calles llenas, los centros comerciales abiertos, ir un domingo a la iglesia, regresar al trabajo y a nuestra rutina pareciera estar lejos. Y no te sé decir cuánto tiempo más falta para que esto acabe, pero hoy quiero hablarle a esa esperanza que quizás está dormida o la apagaste.
La Biblia nos enseña cómo vivir y la forma que le agrada a Dios es creyéndole. Tengo un bebe de siete meses y quisiera que desde pequeño él me creyera cuando yo le hablo. Que sepa que su mamá dice la verdad y no le miente. Si yo, siendo humana, deseo eso, ¡imagínate cuánto más lo desea Dios! Yo le creo a mi Dios que me guarda, que me cubre, que me sana, que me atiende, que me provee y, sobre todo, que me ama.
Vuelve a imaginar todo eso que deseas y cree que pasará. Haz esas historias en tu mente y, por favor, cree que van a pasar. Haz el ejercicio y no solo te ayudará en tu ánimo, sino que pondrás en práctica tu fe; y lo más lindo de todo es que vas a poder agradar a Dios, tu creador.
Un día a la vez.
Por: Melissa de Luna