Dos niños ruidosos en un avión de ocho horas es la receta perfecta para el descontrol. Ahora, agreguémosle un hombre ajeno a la familia de los infantes sentado en la ventanilla. Pobre. Aunque gracias a sus actos de compasión aprendí algo al verlo desde lejos. Muy lejos.
Este hombre, a quien nos referiremos como Santo Viajero, de vez en cuando abría la persiana y permitía al niño de al lado inmediato que viera el paisaje. Con su quijada alzada y ojos redondos que destellaban asombro se encaramaba sobre el hombro del desconocido y sacaba su celular para grabar el cielo. Después de unos minutos la cerraba y cada uno regresaba a sus quehaceres. Santo Viajero a sus pendientes para salvar el mundo del cambio climático y el niño a gritar y pelearse con su hermana de al lado. Esta se convirtió en la rutina del viaje.
Hasta que llegó el momento inevitable: el Santo Viajero tenía que ir al baño. Lo sé, pensaron que no era humano, pero resulta que es como nosotros. Apenas pudo salir de la fila y el pequeño saltó al asiento de la ventana y abrió la persiana. Su hermana menor lo imitó. Por un tiempo lo disfrutaron en silencio, pero en cuestión de unos minutos el niño cerró la ventana rápidamente, sacando un lamento audible de su hermana. No entendí ni una sola palabra de lo que dijo porque fue en un idioma que no reconocí, pero si puedo especular fue algo como: “Bueno, ya mucho”.
Esto me hizo pensar. Cuando vamos con Dios en la vida, Él dulcemente nos enseña sus maravillas y permite ver toda Su gracia y Su gloria. Nos enseña cómo funcionan las cosas en su Reino y disfruta nuestro asombro. Sin embargo, los hombres y las mujeres que aman el control terminan siendo como ese niño porque cierran la puerta a otros para que no puedan gozar de lo mismo. Personas que gustan de enseñar tan solo sombras o una forma traslúcida de lo que realmente es la bondad de Dios son más duras con los demás, se equivocan de lo que Jesús fue con ellas cuando se confundieron. Hay líderes que hacen reglas antibíblicas para, según ellos, alcanzar el perdón y aceptación del Señor, cuando ellos lo consiguieron de gratis.
Debemos tener sumo cuidado en no convertirnos en ese tipo de líderes que hacen de todo menos presentar a Cristo. Él no necesita oficiales de migración que resguarden la entrada pidiendo papeles y condiciones.
“Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”, dice Mateo 10:8.
Por: Daniela Quintero de Ardón