Recuerdo que cuando empezó la pandemia una de las cosas que vi «positivas» de la situación era que no iba a viajar en avión por varios meses o incluso años. ¿Por qué? ¡Porque me dan miedo los aviones!
De adolescente tuve la oportunidad de conocer lugares increíbles y lejanos como Manila en Filipinas o Bali en Indonesia, pero llegar hasta allá tomaba varias horas de vuelo, aproximadamente de 25 a 30 horas. Lo curioso es que nunca tuve miedo, es más: era de las personas que se quedaba dormida antes de que despegara el avión. Pero todo cambio a mis 21 años cuando tomé un vuelo con escala en El Salvador.
Viajé sola, había un clima perfecto y era un vuelo corto. Ese vuelo cambió mi vida. Hubo turbulencia desde el despegue hasta el aterrizaje y el miedo de no llegar viva era lo único que inundaba mi mente. Esa sensación de imaginarte que se va a caer el avión y en vez de que la turbulencia se calme empeora con cada minuto que pasa. Esas mini caídas y temblores en el aire te hacen arrepentirte de tus pecados en cuestión de segundos. Fue la media hora más larga y tormentosa de mi vida.
A partir de ahí solo el hecho de estar esperando un vuelo en la puerta de embarque me causa un miedo y ansiedad terrible. Escucho iniciar el abordaje y prefiero ser la última en entrar, lo primero que siento al ingresar al avión es la sensación de que nunca voy a regresar a tocar tierra. Al momento de ir en el aire no me tranquiliza ni una serie o película, con un leve movimiento del avión mis manos comienzan a sudar y muchas veces son más lágrimas de miedo que fotos de las nubes desde la ventanita.
No entiendo por qué ese temor y ansiedad, pero lo que menos extraño hasta ahora es viajar. Para mí puede ser un viaje en avión y para ti puede que sea un desamor, una mala noticia, una pérdida, el encierro, etcétera.
“No se inquieten por nada, más bien en toda ocasión con oración y ruego presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento cuidará sus corazones y pensamientos”, dice Filipenses 4:6-8.
Esa es la paz que sigo anhelando y la que Dios me sigue haciendo sentir cuando más la necesito. Esa paz que inunda tu corazón, que abraza y da esperanza, una paz que es inexplicable como dice el verso: la que sobrepasa todo entendimiento.
Dios quiere recordarte que eres Su hija y que Él está cuidando de ti y de todo lo que sucede a tu alrededor. Sabe tus miedos más profundos, ve cuando lloras y ve cuando ríes. Ese mismo Jesús es quien puede darte la paz que tanto anhelas y estoy segura de que lo hará.
Ahora, con cada vuelo que he tomado desde ese año, llorando le he pedido mucho a Jesús que esté conmigo, que me guarde, que en cada viaje me lleve en Sus manos y que me dé paz durante ese tiempo que se siente eterno dentro del avión. Aunque el temor sigue tocando a la puerta, la voz de Jesús siempre es más fuerte.
Por: Ana Luisa Montúfar Quintero