Cuando nos dijeron que nos tomarían la foto yo puse mis dos manos en la cabeza, seguramente ese era mi concepto de “modelar”; y cuando mi hermanita de unos tres años menor que yo me vio, hizo exactamente lo mismo. Me enojé porque “me copió” y un poco antes del flash yo coloqué una mano en la cabeza y otra en la cintura. La foto es viejísima y chistosa. Yo salgo muy posada y coqueta y ella viéndome, agarrando su cabello cortito, más bien parece arrancárselo, viendo cómo su hermana mayor decidió cambiar de último momento su pose.
Disfrutamos mucho ese recuerdo. Espero que esté vivo por allí en la casa de mis padres. Pero eso nos sigue pasando de grandes, pensamos: “Tal persona me copió”. He escuchado muchísimas veces eso en otras mujeres y sinceramente yo también lo he pensado. Qué contradictorio es que, aunque le pedimos a Dios influencia, no estamos dispuestas a reconocer que esta inicia por afectar las decisiones, gustos y opiniones de otros. ¡Y nos irrita que nos copien!
Cuando Pedro negó a Jesús tres veces una de las razones por la que lo descubrieron fue por su manera de hablar. ¿Te imaginas? Estaban por matar a Jesús y descubrieron a Pedro como uno de ellos porque hablaba como Él, y no creo que a Cristo le haya molestado esto. Era evidente que Pedro estaba afectado por quién era Jesús hasta en su manera de hablar.
Mujeres: no nos irritemos cuando alguien imite algo de nosotras. En lugar de entrar al egoísmo de querer algo exclusivo, alegrémonos de que Dios nos da la oportunidad de afectar positivamente a los demás. ¡No te enojes! Nunca el liderazgo llegará a ti si encuentras molestia en el hermoso hecho de que ser influyente empieza por la generosidad de compartirte a otros y en otros. Que la próxima vez no te enojes porque te copiaron y más bien compártete con alegría.
Por: Madis Sanchez