Estoy bajo Tu sombra, aquí ni el sol más radiante puede quemarme. Estoy bajo Tu abrigo, aquí ni la tormenta más arrasadora podría enfermarme. Las pruebas más imponentes solo han servido para demostrarme que verdaderamente eres más grande que todas las partículas de miedo que se acumulan en mi corazón y relampaguean toda la noche.
La muerte ya no me asusta porque ella se inclina a Tus pies. Permanece junto a mí, pues Tú eres mi Padre. ¿A quién iré sino a ti? Mi mejor amigo, te cuento mis angustias en susurros desesperados y me regalas palabras de esperanza que bombardean los terrores nocturnos. Sustento de mi corazón, ¿qué sería de mí si solo palpitara por mi propia cuenta? Refuerzas mis piernas cuando no salen los pasos naturalmente y afinas mi canción cuando ya no tengo aire. Eres mío y yo soy tuya.
Aquí, cara a cara, solo Tú ocurres para mis sentidos. Lo demás puede esperar cuando Tú hablas y, oh, Señor, cuánto anhelo escucharte hablar. Solo Tú tienes palabras de vida. Prometo permanecer en silencio y digerir cada sílaba. Ven y anida en mi mente, quiero parecerme más a ti. Mi tiempo no tiene espacio si no es contigo. Extiende Tu misericordia a los míos y permíteme contarles a mis hijos en cuentos junto a sus camas quién eres Tú. Descansaré en Tus promesas hasta ver los milagros materializados. Yo veo todo gris mientras Tú estás mezclando para pintar tu próxima obra.
Amado de mi corazón, despierta y defiéndeme en medio de mi angustia. Llévate el dolor y la inseguridad, reemplázalos con Tu propósito. Recuérdame por qué comenzó todo esto y afirma el final de mis días. Intercede por mí, pues mis súplicas se han vuelto repetitivas y solo lo hacen por lo mío. Establece Tu reino en mi corazón y devuelve el gozo de mi salvación. A ti te debo todo, por eso no me cuesta quebrantarme nuevamente. Yo soy tuya y Tú eres mío.
Por: Daniela Quintero de Ardón