Me acuerdo que hace diez años estábamos en la casa de mi abuelita. Creo que era domingo. Mi abuelita, tan linda siempre, queriendo juntar a la familia. Mi hermano y yo ya estábamos en la casa de ella y mis papás habían ido a comprar chicharrones que, por cierto, nos encanta comer con tortilla caliente, limoncito, un poco de aguacate, otro poco de sal y, por supuesto, un poco de picante (se me hizo agua la boca mientras escribo esto).
En fin, escuché que ya habían entrado, pero pasaron los minutos y ninguno de los dos se asomaba a donde estábamos todos. De repente recibí una llamada de una hermana de mi mamá y me dijo, muy asustada: “¿Cómo van? ¿A qué hospital se lo llevaron?” En ese momento me puse fría y le dije: “No entiendo, no sé de qué está hablando”. Y me dice: “Tu papá va para el hospital, le está dando un infarto”.
Ya olvidé cómo nos movimos, solo me acuerdo de que iba en el carro orando y llorando. Llegamos al hospital y yo quería verlo, estaba en la sala de emergencias y en ese momento le empezó el infarto. Tengo en mi mente cómo se quejaba que no sentía su brazo, que le apretaran el dedo gordo de la mano porque no lo sentía. Yo estaba muy asustada. De repente nos dijeron que lo tenían que operar y lo metieron de emergencia a sala de operaciones. Y los minutos se volvieron eternos en la sala de espera.
Solo orábamos y, la verdad, de detalles tan específicos no me acuerdo, pero sentía que las horas pasaban y la incertidumbre de no saber cómo estaba mi papá me afligía. Hasta que después de no sé cuánto tiempo salieron a decirnos buenas noticias. Y ver a mi papá bien fue de los alivios más especiales que he sentido. De hecho, a raíz de ese infarto me acerqué más a él de forma muy intencional. Quería disfrutármelo más y me esforcé por hacerlo.
Hace unos días escuche estas palabras: “El creyente que es pacientes es el que cree en Dios, porque si Dios lo dijo, pasará”. Y Hebreos 10:35 dice: “Por lo tanto, no desechen la firme confianza que tienen en el Señor. ¡Tengan presente la gran recompensa que les traerá! Perseverar con paciencia es lo que necesitan ahora para seguir haciendo la voluntad de Dios. Entonces recibirán todo lo que él ha prometido”.
No sé cuál dificultad has estado pasando. Puede ser un desempleo, problemas familiares, enfermedades o algo que no estoy mencionando. Quizá sientas que Dios ya se tardó, que no lo ves por ningún lugar y quizás hasta te sientas desesperado.
Si este es tu caso, quiero que sepas que todo lo que está en las manos de Dios es mejor. No trates de apartar tu situación de Sus manos para tratarlo de “ayudar” o simplemente porque ya se tardó mucho. Su tiempo es perfecto y si Él dijo que nos iba a bendecir, que iba traer paz o que nos sanó por medio de Jesús es porque así lo va a hacer. Que tu mirada y tu esperanza estén en el Señor. ¡Ánimo!
Por: Melissa de Luna