En este blog quiero abrirte mi corazón y serte totalmente honesta respecto a cómo me he sentido en los últimos días. He extrañado mucho ir a la iglesia. De las cosas que más me hacen falta es poder adorar a Dios al lado de muchas personas. Sobre todo porque José Juan (mi bebé de un año) ya se da cuenta de muchas cosas y sé que le encantaría ver a todos aplaudiendo, saltando y levantando las manos.
En fin, he tenido días donde no sé ni qué orar. Y no significa que no me haya pasado antes, pero siento que en estos días ocurre con más frecuencia. Me he visto hincada y, literalmente, diciéndole a Dios que no sé qué decirle. Doy gracias por un par de cosas y eso es todo. Me ha costado. Siento que de alguna forma el hecho de ver a las personas y reunirnos me ayudaba hasta con mi relación con Dios y en este momento no tengo eso.
Y hace unos días, durante una reunión en Zoom, escuchaba a mi esposo, Juan Diego (de quien aprendo demasiado) decir estas palabras que fueron un alivio y un respiro de gratitud. Habló de José Juan, nuestro bebecito, de cómo nos ha ido y de lo que él ha aprendido en este tiempo. Y la enseñanza más grande que ha tenido es que, aunque él no se puede comunicar con palabras, de todas formas nosotros lo entendemos. Y así mismo es con Dios. ¡No saben lo bien que me hizo escuchar eso!
Te voy a citar el mismo versículo que nos leyó Juan en esa reunión de Zoom: Romanos 8:26: Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.
Si no sabes qué orar, Dios sabe qué le querés decir. Que cualquier cosa negativa que quizás te haya pasado no provoque que te alejes de Dios. No creas que Él no está cerca de ti porque siempre está con nosotros. Solo sigue acercándote porque Él ve en lo secreto.
Por: Melissa de Luna