Siempre he considerado la muerte como algo inevitable, algo que sucederá tarde o temprano. Lo único incierto es la fecha en la que todos alcanzaremos el mismo destino. La primera semana de enero perdí a dos personas que no solo eran parte de mi familia, sino también de mí; formaban parte de lo que he sido en estos años.
Cuando recibí la noticia sentí un agujero en el corazón y parecía que caía en él. Al segundo día cuando lo asimilé mejor, el dolor persistió. Al tercer día al despertar y darme cuenta de que no fue un sueño, el dolor seguía ahí. Era el cuarto día y el dolor no cesaba.
No importa en qué momento leas esto. Es difícil encontrar la posición correcta sobre qué pensar o sentir cuando ocurren estas cosas. Lloramos la partida de alguien especial para nosotros, pero solo el paso del tiempo y el amor de Dios nos permiten agradecer por habernos dado la oportunidad de coincidir en esta vida. Dios nos prestó la vida terrenal de ese ser querido durante unos breves momentos, mientras cambiaba nuestra vida en el proceso.
Pero solo con el tiempo.
¿Cuánto tiempo más tendré que pasar frente a tu foto rodeada de flores para que mi mente entienda que ya no te veré más? Eso es lo que realmente pensaba mientras estaba sentada entre personas que te lloraban y te recordaban con cariño. ¿Podría haber hecho más? ¿Supiste que admiraba tu vida? ¿Demostré suficientemente mi cariño? ¿Supo cuánto le quise? ¿Es justo hacerme estas preguntas? Nunca lo sabré.
Según lo que he aprendido en la Biblia, veo a Job como un gran ejemplo de ser humano, amigo y sobre todo, creyente en Dios. Aunque no sé cómo reaccionaría si estuviera en su lugar y viviera lo que él vivió.
Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno. Job 1:21-22 (RVR 1960)
La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta, no existe despropósito en ella, incluso cuando eso implica despedirnos de seres queridos en la tierra. Y aunque cueste y duela mucho, me interesa más hacerlos sentir orgullosos a seguir peleando con la vida, porque según mi percepción, todavía no era su tiempo de partir.
Así que, en su honor… en honor a mi familia, deseo ser un ejemplo de lo que sé que Jesús hizo en sus vidas, porque he sido testigo de las maravillas que hizo en ellas. Quiero perdonar, amar, soltar cualquier ofensa, servir a las personas, trabajar con dedicación, cansarme, mostrar mis cicatrices y pelear la buena batalla de la fe. Porque tengo la certeza que aquellos a quienes extrañamos hoy así lo hicieron también. Quiero gastarme a mí misma y merecerme esa bienvenida que sé que ellos recibieron al momento de partir.
Y tal vez, con el tiempo, aprenda a vivir de la esperanza de que algún día nos volveremos a encontrar entre calles de oro, con un eterno olor a flores y un legado que honrar.
En memoria de Miguel Hugo Orellana y Rosa María García.
No puedo creer que nos toque vivir en un mundo en donde ustedes ya no existan, pero agradezco cada minuto de la maravillosa vida que tuvieron.
Por: Majo García