Todos tenemos una etapa de nuestra vida a la que nos gustaría regresar. Ese momento en donde nos sentimos tan agradecidos que quisiéramos detener el tiempo y permanecer en ese instante para siempre. Pudo haber sido una Navidad con la familia, un viaje especial o un logro específico.
Para ir a la etapa favorita de mi vida no debo retroceder tanto el tiempo. Creo que fue la Navidad pasada, donde pude disfrutar con toda mi familia, con mi novia, el clima frío era perfecto y la comida navideña abundaba. ¿Qué más se puede pedir? Pero por más que queramos regresar a algún momento específico de nuestra vida no es posible. Solo podemos recordar, sonreír por lo sucedido y seguir adelante.
También existen temporadas en las que quedamos estancados por lo duras que fueron y las heridas que causaron. Una relación rota, una enfermedad o incluso la muerte de un ser querido pueden llegar a afectarnos durante mucho tiempo. ¿Por qué nos mantenemos aferrados a algo que nos causa dolor? Quizás sea porque nunca nadie nos enseñó a soltar. Desde pequeños aprendemos a agarrar la pacha, los cubiertos, los juguetes, la mano de nuestros padres, pero difícilmente alguien se toma el tiempo para enseñarnos a soltar las cosas.
María Magdalena se encontraba en el peor momento de su vida. Acababa de perder a su maestro. Las comidas, las pláticas y las enseñanzas que compartieron no iban a volver. La vida le había arrancado a la persona que más amaba, pero de un momento a otro eso cambió. Jesús resucitó y se le apareció. Ella tuvo la reacción que cualquiera de nosotros hubiese tenido: correr hacía Él y abrazarlo. Lo que me llama la atención de esta historia es la reacción de Jesús al decirle: “¡No te aferres a mí!” (Juan 20:17 NTV). ¿Cómo esperar que María no quisiera aferrarse a lo mejor que ella había experimentado?
Jesús le pide a María que no se aferrara a Él para que de esta forma Él pudiese ascender al Padre y así permitir que el Espíritu Santo descendiera sobre ella. Nuestra mejor etapa nos es la que ya vivimos, sino la que viene por delante. Soltemos el pasado y mantengamos nuestros brazos libres para abrazar el futuro que Dios preparó para nosotros.
Por: Diego Herrera