Uno de los momentos que más odio en la etapa previa a un noviazgo es esa incertidumbre de no saber si las cosas van a dar resultado o no. Recuerdo que con Aída, mi novia, no existió esa etapa. Casi que desde nuestras primeras citas ya era muy evidente que ella sí quería conmigo (¿quién podría culparla? Son bromas). Creo que todo fue muy recíproco desde el principio y no hubo lugar para la incertidumbre.
No hay nada más drenante que lo incierto. Por ejemplo, cuando vamos a una entrevista de trabajo y no sabemos si nosotros vamos a ser los escogidos. Al preguntarle a una persona si quiere salir con nosotros y esperar la respuesta. Contestar un examen sin la plena seguridad de que lo respondimos bien. Necesitar un milagro y no saber si va a suceder… Todas estas situaciones drenan nuestras emociones porque hay una duda latente que no se responde en el momento que lo necesitamos.
Un hombre con lepra encontró a Jesús y le hizo una pregunta muy directa: ¿Quieres sanarme? No apeló a Su poder, seguramente ya sabía que Él tenía toda la capacidad de hacer milagros. El leproso apeló a Su voluntad y Jesús respondió: ¡Sí quiero! Y al instante quedó sano (Mateo 8:1-4).
¿Cuánto cambiarían tus oraciones si tuvieras la plena confianza de que Jesús quiere responderte? Cambiarían totalmente. Toda esa etapa de duda e incertidumbre ya no la experimentarías. Déjame decirte dos grandes verdades de tu relación con Dios: 1. Él puede y quiere responderte. 2. Lo hará en el tiempo adecuado y de la manera correcta. Debes tener la confianza en que lo hará.
Dios no es un padre que ignora a Sus hijos. A veces puedes percibir que guarda silencio, pero eso no quiere decir que no esté atento a los anhelos de tu corazón. Hasta el más mínimo susurro que haya brotado de tu interior fue escuchado por Él.
En los días de duda recuerda que Él sí se moverá a tu favor, no solo porque puede hacerlo, sino también porque quiere. Porque Su voluntad es guiada por el profundo amor que te tiene. Cuando las sombras de la incertidumbre quieran drenarte al presentarle tus peticiones a Dios, recuerda una sola cosa: ¡Él sí quiere!
Por: Diego Herrera