Quiero contarte la historia de José, el personaje bíblico conocido como “El soñador” (Génesis 37-41). Desde joven, José fue especial para Dios, quien le hablaba a través de sueños, mostrándole que haría grandes cosas en su vida. Además, José era el hijo favorito de su padre, quien le hizo una exclusiva túnica de colores. ¡Era un consentido! Esto provocó los celos y el enojo de sus hermanos, quienes un día en un acto mentiroso, fingieron su muerte y lo vendieron, así fue llevado como esclavo a Egipto. ¿Qué habrá pensado José? Con tantos sueños que Dios le había dado, y ahora tan solo era un esclavo. ¿Se cumplirían esos sueños algún día?
José fue comprado por Potifar, un oficial importante del faraón, quien lo puso a trabajar en su casa. Como Dios estaba con José, todo lo que hacía era con excelencia, y con el tiempo, lo pusieron a cargo de toda la casa. Sin embargo, la esposa de Potifar en un acto de infidelidad a su esposo intentó seducirlo, y al ser rechazada, lo acusó falsamente de abuso sexual. Potifar, se enojó mucho y lo metió a la cárcel. Pero Dios seguía con José, y él hizo un excelente trabajo, ganándose la confianza del encargado de la prisión, donde fue puesto a cargo de los demás presos.
Años más tarde, el faraón tuvo un sueño que nadie podía interpretar. Uno de los presos, que había conocido a José en la cárcel, recordó cómo era de atinado para interpretar los sueños y lo recomendó ante el faraón. José, con la ayuda de Dios, interpretó el sueño del gobernante, lo que le permitió ganarse el favor del faraón. Este lo puso a cargo de todo el palacio y del pueblo de Egipto. Al final, José perdonó a sus hermanos y no solo los perdonó de palabra, sino que los alimentó en tiempos de hambruna y los llevó a vivir a Egipto con sus familias para que estuvieran a salvo.
¡Qué difícil es seguir creyendo en las promesas de Dios cuando pasan días, meses o incluso años sin verlas cumplidas! A veces, en lugar de ver el cumplimiento, enfrentamos pruebas y dificultades, como le pasó a José. Vivimos en una generación que no nos gusta esperar; cuando surgen pruebas, nos sentimos tentados a rendirnos, pensando que Dios ya no está con nosotros. Queremos resultados rápidos y nos frustramos cuando no los vemos.
Mira lo que dice Santiago 1:2-4: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
La Biblia no nos promete una vida sin pruebas, al contrario, nos enseña que atravesaremos dificultades. Algunas serán fáciles, pero otras parecerán imposibles, como si estuviéramos encarcelados o atrapados. Sin embargo, esas pruebas fortalecen nuestra fe. ¡No menosprecies el proceso que estás viviendo! No reproches ni pierdas la fe. En medio de tus dificultades, levanta tu mirada, adora a Dios y depende de Él. A su tiempo, Dios te sacará adelante, fortalecido y más sabio. Como hijo de Dios alcanzarás un nuevo nivel de fe en tu vida y una mayor dependencia en Él, así verás cumplidas las promesas que te ha dado.
¡Dios cuida de ti! No te desanimes, confía plenamente en Él. Las pruebas no definen tu futuro, solo son parte del proceso para que te conviertas en la persona que Dios quiere que seas.
2 Pedro 3:8-9 (NTV): Sin embargo, queridos amigos, hay algo que no deben olvidar: para el Señor, un día es como mil años y mil años son como un día. En realidad, no es que el Señor sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Al contrario, es paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan.