Como ya les he contado en blogs anteriores, siempre fui una adolescente rebelde. Mi pensamiento no era como el de mis amigos en la iglesia y me sentía muy diferente. Esto hizo que tomara decisiones incorrectas que les sacaron muchas canas a mis papás. Sin embargo, en medio de mi caminar nubloso donde no encontraba el rumbo, recuerdo que siempre tuve a alguien que oraba por mí: mi mamá.
Antes me caía muy mal que ella orara por mí (acaso porque Dios le mostraba cosas). Ella muchas veces no entendía lo que pasaba conmigo, pero siempre continuó orando. Cuando me hice más adulta y empecé a tomar decisiones por mí misma, lo único que mi mamá podía hacer —además de aconsejarme, lo cual no me gustaba mucho) era orar por mí. Ahora, años más tarde, puedo decir que estoy sumamente agradecida por aquellas oraciones. Sé que no fue solo una, sino varias, y provocaron que mi vida tomara otro rumbo. ¡Aquellas oraciones literalmente me salvaron la vida!
Otro ejemplo de lo que viví fue el de mi suegra (que la amé con todo mi corazón): una mujer tan llena de fe que estoy segura de que cada oración que ella hizo marcó de manera positiva las vidas de mi esposo y la mía. Gracias a sus oraciones ella pudo tener la certeza de que yo era la mujer para Che, mi esposo. Se levantaba todos los días de madrugada a orar y pude ver como marcó la vida significativamente de su familia, de su esposo, de sus hijos y de las demás personas que estuvieron alrededor de ella.
¡Es tan poderosa la oración de una madre, de una esposa, de una mujer! La oración puede salvar vidas. Otro vivo ejemplo fue el de Ester (en el Antiguo Testamento) que, siendo la esposa del rey, se mantuvo en oración y ayunó, clamando al Señor para que salvara a su pueblo, ¡y efectivamente así fue! Dios le dio tanta gracia, que su pueblo se salvó y el enemigo fue destruido.
En Ester 4:15-17 dice: “Entonces Ester envió la siguiente respuesta a Mardoqueo: «Ve y reúne a todos los judíos que están en Susa y hagan ayuno por mí. No coman ni beban durante tres días, ni de noche ni de día; mis doncellas y yo haremos lo mismo. Entonces, aunque es contra la ley, entraré a ver al rey. Si tengo que morir, moriré». Así que Mardoqueo se puso en marcha e hizo todo tal como Ester le había ordenado”.
Más adelante, en Ester 5:1-3, dice: “Al tercer día del ayuno, Ester se puso las vestiduras reales y entró en el patio interior del palacio, que daba justo frente a la sala del rey. El rey estaba sentado en su trono real, mirando hacia la entrada. Cuando vio a la reina Ester de pie en el patio interior, ella logró el favor del rey y él le extendió el cetro de oro. Entonces Ester se acercó y tocó la punta del cetro. Entonces el rey le preguntó: —¿Qué deseas, reina Ester? ¿Cuál es tu petición? ¡Te la daré, aun si fuera la mitad del reino!”
Me he dado cuenta de que como mujeres tenemos una gracia increíble delante de Dios para que las cosas cambien; movemos Su corazón hacia nosotras. Así que mujer: no olvides que Dios te escucha y no dejes de orar en ningún momento. Aunque la situación se vea difícil o imposible, tus oraciones tienen tanto poder que pueden salvar la vida de algún amigo, hijo, esposo o la tuya.
Antes de terminar quiero agradecer a mi mamá (porque sé que ella revisa lo que escribo): mamá, ¡tus oraciones me marcaron y me cambiaron! Verdaderamente quiero ser una mujer de oración como tú lo eres. ¡Te amo mucho!
Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.