Hace 20 años mi abuelo materno comenzó a sentirse mal. Perdió la vista y la movilidad de su pierna. Lo llevaron al hospital y resultó ser un tumor enraizado en el cerebro. Los médicos dijeron que podían operarlo, pero que corría el riesgo de quedar ciego, paralítico, mudo o cualquier otra cosa horrible en la lista que los doctores guardan en su mente para ocasiones especiales como esta.
Mi abuelo, Otto, decidió que no quería operarse porque Dios lo sanaría. Incluso, habló con mi mamá para decirle, que cuando sanara, alquilaría un salón grande en cierto restaurante que le gustaba e invitaría a toda una lista de personas para testificales del gran poder de Dios. Mi abuelo murió cuatro meses después.
No puedo escribir esto sin que caigan varias lágrimas de mis ojos. Sé que ya pasó mucho tiempo, pero en ocasiones se siente como si Dios le falló a uno de sus hijos porque no lo sanó. Tocamos el tema con mi mamá hace unos días y solo callamos ante tal incógnita de la vida: ¿Por qué Dios no lo sanó, si mi abuelo tenía tanta fe?
Sin embargo, hoy en la madrugada me levanté y leí 2 de Timoteo 1:2 (DHH): Porque me acuerdo de la fe sincera que tienes. Primero la tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y estoy seguro de que también tú la tienes. Algo hizo clic en mi interior.
La fe de mi abuelo ha surtido un efecto invisible para muchos. Él creyó y encendió la antorcha de la salvación. Espiritualmente hablando, Dios apartó a mi familia desde hace mucho tiempo, y gracias a esa fe y siembra de mi abuelo, hoy estamos cosechando grandes bendiciones y riquezas en Dios. Veo a mis padres, a mis hermanos, a mis sobrinos, sueño con mis hijos y no puedo dejar de pensar que una semilla de fe creció a tal magnitud, que hoy damos testimonio de su poder y de su misericordia a más personas de las que podrían caber en un salón.
Reconozco que nos cuesta mucho pensar más allá de nosotros mismos, pero que es necesario comprender que la vida en este mundo no es lo más importante. Es la salvación, es la vida eterna que tendremos con Él. Su amor es el único que puede echar fuera todo temor a la muerte porque sabemos que nuestra historia no se detiene allí.
Claro que me encantaría tener a mi abuelo aquí conmigo, pero por un sentido puramente egoísta. Él está mucho mejor, y me gusta pensar (pura especulación), que está esperándonos a nosotros para que disfrutemos juntos de lo que nuestras pequeñas mentes terrenales no pueden aún sujetar y analizar.
Dios no le falló a mi abuelo. No le regaló la sanidad física, pero le dio algo mejor: la sanidad de sus generaciones. Y si tú eres la primera persona de tu familia en creer en Jesús, vaya, qué historia más hermosa está escribiendo Dios a través de ti.
Deuteronomio 7:7-9 (DHH): Si el Señor los ha preferido y elegido a ustedes, no es porque ustedes sean la más grande de las naciones, ya que en realidad son la más pequeña de todas ellas. El Señor los sacó de Egipto, donde ustedes eran esclavos, y con gran poder los libró del dominio del faraón, porque los ama y quiso cumplir la promesa que había hecho a los antepasados de ustedes. Reconozcan, pues, que el Señor su Dios es el Dios verdadero, que cumple fielmente su alianza generación tras generación, para con los que le aman y cumplen sus mandamientos.
Por: Daniela Quintero de Ardón