Un viernes a la medianoche, comiendo hamburguesas con mi esposo, le pregunté: “Si tuvieras el vino más caro, uno de cosecha excepcional y puntaje alto, ¿a quién invitarías a cenar para abrirlo?”
En ese momento vino a mí un pensamiento, una epifanía diría yo: Jesús lo abrió con nosotros (insertar sonido de explosión mental). Un conocimiento tan elemental que me hizo preguntarme si estaban cortando cebollas cerca.
Antes de morir, Jesús comió con sus discípulos. “Y tomó en sus manos una copa de vino y dio gracias a Dios por ella. Se la dio a ellos, y todos bebieron de la copa. Y les dijo: «Esto es mi sangre, la cual confirma el pacto entre Dios y su pueblo. Es derramada como sacrificio por muchos. Les digo la verdad, no volveré a beber vino hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios»”. Marcos 14:23-25 (NTV).
En el tiempo de la ley, Moisés había recibido instrucciones de Dios para que los pecados fueran expiados por medio de sacrificios. Esto es explicado en Hebreos 10:11-14 (NTV): “Bajo el antiguo pacto, el sacerdote oficia de pie delante del altar día tras día, ofreciendo los mismos sacrificios una y otra vez, los cuales nunca pueden quitar los pecados; pero nuestro Sumo Sacerdote se ofreció a sí mismo a Dios como un solo sacrificio por los pecados, válido para siempre. Pues mediante esa única ofrenda, él perfeccionó para siempre a los que está haciendo santos”.
Jesús está invitando a la mesa a todos los pecadores menospreciados, los que no tienen nada que ofrecer; aquellos que caminando por la calle nadie los voltea a ver, a los que tienen mala fama, a los enfermos y necesitados, a los pobres de espíritu, para que compartan del mejor vino que es Su sangre y sean limpios de una vez por todas. Jesús te está invitando a ti para compartir Su salvación.
Por: Daniela Quintero de Ardón