La Biblia nos lo muestra en Eclesiastés 3:
Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo. Un tiempo para nacer y un tiempo para morir. Un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar. Un tiempo para matar y un tiempo para sanar. Un tiempo para derribar y un tiempo para construir. Un tiempo para llorar y un tiempo para reír. Un tiempo para entristecerse y un tiempo para bailar. Un tiempo para esparcir piedras y un tiempo para juntar piedras. Un tiempo para abrazarse y un tiempo para apartarse. Un tiempo para buscar y un tiempo para dejar de buscar…
No habría nacimiento sin muerte, ni cosecha sin siembra, ni risa sin llanto. Los opuestos son necesarios para que exista un balance en el mundo y en nuestra vida. Las hojas necesitan caer en el otoño para que el árbol reverdezca más en primavera; y la lluvia es tan buena como el sol. Es importante entender esta verdad para saber reconocer las temporadas en nuestra vida y no aferrarnos a aquello que necesita cambiar.
Cada una de las temporadas de tu vida necesita una nueva versión de ti y a veces requiere que dejes atrás algo que no encajará en una nueva. Reconocer esta verdad te hará vivir el hoy profundamente, sin nostalgia por el ayer o ansiedad por el futuro; y serás humilde ante la realidad sin dejar de soñar, sabiendo que si la vives bien obtendrás las herramientas para lo que esperas.
Todo balance requiere un centro y existe uno que no falla: el ancla por excelencia, la constante divina, el compañero eterno llamado Dios. Pareciera que los opuestos giran en torno a Él o que todo está contenido en Él. Cuando pierdo el balance, voltearlo a ver me hace bien. Me ayuda a recobrarme, me da fuerzas en la flaqueza, alegría en la tristeza, empatía en el éxito, bondad en el egoísmo, amor en el dolor. Su presencia le da balance a mi existencia y espero que al leer estas palabras tú también puedas encontrar lo que te falta en Él.
Por: Mónica Tello