Mi segundo nombre es Sofía. Hay muy pocas personas que me llaman así. Me encanta el nombre, sin embargo, solo algunos cercanos lo conocen. Así que el hecho de que alguien me llame “Sofía” denota cercanía hacia mí.
Dios tiene muchos nombres a lo largo de la Biblia: El Shaddai, Adonai, Yahweh, Nissi y así como muchas de ustedes (que también crecieron en la escuela dominical) podría continuar la lista. Cada uno de esos nombres tiene un significado y nace del papel que juega Dios en la vida de las personas que lo nombran. Lo anterior es relevante porque el nombre que le damos a Dios puede revelar la cercanía y relación que tenemos con Él.
Pero aún más especial es el hecho de que Dios nos llame de forma única. Sí, de forma tal que podamos reconocer cuando es Él quien habla. Hay muchas ocasiones en donde Dios cambia el nombre de las personas, como dando una nueva identidad a ellos; pero más que eso, como individualizando la relación que tiene con ellos.
Me encanta el ejemplo de María. Lo vemos en Juan 20, que cita: “Ella pensó que era el jardinero y le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo puso, y yo iré a buscarlo. —¡María! —dijo Jesús. Ella giró hacia él y exclamó: —¡Raboní! (que en hebreo significa ‘Maestro’)”. María reconoce que es Jesús quien habla cuando la llama por su nombre, esto me hace pensar que Él se le reveló porque ella lo buscaba.
Me conmueve pensar que podemos llegar a tener este tipo de relación con Dios, una tan cercana que cuando nos llame nosotros sepamos que es Él, tal como María lo reconoce en el versículo citado. Creo que podemos tener una relación así, pero a medida que voy creciendo entiendo que esto llevará tiempo y constancia, que habrá días en donde Dios parece callado, en donde lo llamo y parece no estar; sin embargo, quiero ser como María, buscarlo hasta escuchar que me llame y reconocerlo.
Por: Mónica Tello