Hay mentiras más dolorosas que otras. Dependen de su naturaleza para actuar como un masamune (espada legendaria) en plena batalla o una pequeña cortada con cuchillo de mesa. Para los espectadores inocentes el dolor intenso de una espada atravesando tu ser pareciera mayor; pero para el ojo entrenado, las mentiras minúsculas o las más silenciosas son peores.
Una de ellas, que es completamente letal, es la que nos dice que al llegar a Jesús todo puede continuar siendo igual. “Tú y tus costumbres pueden acoplarse al plan de Dios para tu vida”. Si bien es cierto que Jesús nos amó y limpió de todo pecado para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna, y que la salvación no es por obras para que nadie se gloríe, también es cierto que el arrepentimiento y la fe deben dar frutos.
En Mateo 16:24 en adelante Jesús les habla a Sus discípulos (personas que llevaban años aprendiendo de Él): “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.
No nos cansemos de preguntarle a Jesús qué cuentas necesitamos rendir. Quizás hay actitudes, creencias o hábitos que todavía no honran al Dios que decimos amar. Así como no dirías que eres vegano si no estás dispuesto a dejar de consumir producto animal; así como no estudiarías Medicina si le tienes miedo a la sangre; así como no aspirarías a ser artista si no tienes nada qué decir… Así no podemos continuar diciéndonos ser cristianos si no pensamos en parecernos a Jesús cada día más. Dejemos las mentiras atrás y permitamos que la verdad de Cristo nos atraviese y transforme por completo.
Por: Daniela Quintero de Ardón