Antes de juzgarme, acompáñenme a leer este blog.
Esta semana comencé a leer el libro Los cuatro amores de C. S. Lewis. En el primer capítulo este profesor hace una aclaración muy puntual respecto al tipo de amor que le tenemos a Dios (amor-necesidad). “…todo nuestro ser es, por su misma naturaleza, una inmensa necesidad; algo incompleto, en preparación, vacío y, a la vez, desordenado, que clama por Aquel que puede desatar las cosas que están todavía atadas y atar las que siguen estando sueltas”.
No sé ustedes, pero yo tengo una tremenda necesidad por Dios. Mi ansiedad necesita de Su paz, mi pecado necesita de Su perdón, mi orgullo necesita de Su humildad. Toda yo necesito ser transformada por lo que solo Él puede darme.
Quizás estás pensando que nos deberíamos acercar a Dios desinteresadamente y concuerdo si te refieres a que no solo busquemos cosas materiales como “casas, carros, sueldos y puntos”; también tengo que admitir que como seres humanos podemos llegar a percibir la belleza y verdad de Dios y disfrutarlos en sí mismos. Sin embargo, nunca estaría de acuerdo en buscarle sin tratar de conseguir algo. Seríamos como el fariseo que daba gracias a Dios por no ser pecador y seguir todas Sus ordenanzas, mientras que el publicano admitía su condición y necesidad de salvación (lee Lucas 18:9-14). Jesús respondió: “Les digo que fue este pecador [publicano], y no el fariseo, quien regresó a su casa justificado delante de Dios”.
Marcos 2:17 dice: “La gente sana no necesita médico, los enfermos sí. No he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores”. Es por eso que me gozo en saber que mi amor por Dios es una completa necesidad todos los días hasta mi último respiro. Amo a Dios porque tengo interés por Su esencia en mí.
Por: Daniela Quintero de Ardón