Junto con mi esposa estamos viendo la serie The Chosen y la hemos disfrutado demasiado; sinceramente, creo que nos cambia la vida la forma en que están transmitiendo la vida de Jesús. Pero este no es un promocional de la serie, aunque es inevitable decirles que corran a verla en Netflix o Amazon Prime.
Ahora, quiero enfocarme en un momento de la vida del Maestro que todavía no he visto en los episodios; se trata del lavamiento de pies que practicó Jesús a Sus discípulos.
Hablemos un poco del contexto en donde se desenvuelve uno de los momentos más memorables de su paso por la tierra. Lavar pies en esta época no era una labor deseada, ni honrosa. De hecho, era una tarea asignada para la servidumbre de una casa y quien debía coordinarla era el dueño de la casa o el encargado de la reunión (ojo a este detalle).
La gente caminaba durante kilómetros, sin calzado; no existía la higiene de hoy en día; quizás era la parte más sucia del cuerpo humano en ese entonces. Aunque era una muestra de hospitalidad por parte del anfitrión de una casa, también era una tarea humillante por parte de quien lo realizaba.
Lucas nos deja ver algunos detalles peculiares de este suceso y el primero que salta a nuestra vista es quiénes eran los encargados de esta labor en la última cena. Nada más y nada menos que Juan y Pedro, por ser los organizadores designados por Jesús para preparar la pascua (Lucas 22:7-13). Pero saben qué, —no lo hicieron.
Era una costumbre que debía realizarse (como cuando vamos de visita y llevamos algo de comer). Pero Pedro y Juan pasaron por alto esta cordialidad y no fue por un olvido. Simplemente no querían realizar una labor que no era para nada honrosa. Quizá estaban ocupados teniendo discusiones respecto a la posición que iban a tener, pero no en la función o tarea que debían realizar. Discusiones que muchas veces Jesús corrigió con severidad (Lucas 9:46; Mateo 20:20-21; Lucas 22:24).
La Escritura expresa de forma explícita que todo cuanto Jesús pidiera, Dios se lo iba a dar. ¿Cuánto es todo? Esto incluye cualquier cosa que nos podamos imaginar. Cuando nos hacen preguntas de qué quisiéramos, normalmente nuestra respuesta va a ir alineada a suplir una necesidad personal o la de alguien a quien amamos. Pero Jesús respondió: “Quiero lavarles los pies a mis discípulos”, hacer esa tarea que nadie quiere cumplir, esa asignación que para algunos es humillante, la labor que ni Juan ni Pedro quisieron realizar (Juan 13:1-5). Teniéndolo todo a su disposición, Jesús eligió lavar pies.
Teniendo este contexto presente, ya entendemos la reacción de Pedro. Jesús estaba haciendo lo que ellos no quisieron hacer. Y conociendo el temperamento de Pedro, es normal que se sobresaltara (era una llamada de atención entre líneas). Pero no solo Pedro se sintió aludido, también Juan quedó marcado con esta acción: tan marcado que es el único escritor de los Evangelios que registra este suceso de forma tan detallada. Por el temperamento de Juan, quizás él quiso solo dejarlo registrado de manera escrita, en vez de sobresaltarse en ese momento (Juan 13:6-10).
Esta enseñanza se ha malinterpretado mucho durante años; pensamos que debemos imitar la acción, cuando lo que debemos replicar es la esencia de lo que Jesús quiso transmitir. Hoy en día, la acción de lavar pies es algo honroso; es una muestra de servicio que, cuando la realizamos, la gente nos asocia a Jesús y Su reino. De alguna manera, lavar pies hoy en día está bien visto.
¿Qué es realmente lavar pies en la actualidad? Piensa en esa tarea que quizás nadie quiere hacer, porque no es bien vista o quizás es humillante; eso es lo que Jesús espera que hagamos hoy (Juan 13:1-16).
Hoy en día, lavar pies se miraría más o menos así: Limpiar la casa de uno de nuestros amigos, incluyendo los baños. Cuidar a los hijos de una madre soltera, para que ella descanse un poco. Hacer eso que nadie quiere hacer porque quizás no es una labor deseable, retribuible o incluso bien vista. ¡Eso que pensaste es lo que espera Jesús que hagamos!
Esa es la verdadera enseñanza del lavamiento de pies: sírvanse unos a otros, incluso si ese servicio parece humillante, denigrante y deshonroso; eso es lo que Él espera de nosotros. No porque quiera humillarnos o denigrarnos, de ninguna manera; lo espera porque sabe que servir es una de las muestras de amor más inmensas que el ser humano puede realizar.
En un mundo donde la gente se sirve de otros para sus propios objetivos, el ejemplo de Jesús cobra aún más relevancia, invitándonos a gastar nuestras fuerzas, recursos e incluso honor en beneficio de alguien más.
Por: Diego Herrera