El invierno en Guatemala es sinónimo de muchas cosas (choques, tráfico, deslaves), pero en especial de una: baches. Lo interesante es que este invierno sí pude ver una situación que llamó mi atención. Vi un pequeño bache formándose a unos cuantos metros de la entrada de mi casa. Al principio era casi imperceptible a la mirada; luego, conforme pasaron las semanas, ya era algo totalmente notorio y peligroso. En este momento, mientras escribo, ya lleva algunos meses y se ha ido agrandando; incluso creo que le salió un bache adentro, así de grande es.
Siempre que paso por ese lugar me pregunto: ¿Qué puedo hacer yo? Porque, la verdad, lo más normal es quejarse de la municipalidad y del gobierno, que de ninguna manera quiero eximirlos de culpa, pero existen circunstancias en la vida que, si queremos que cambien, debemos aportar nuestro grano de arena para que así sea. No crean tampoco que ya resolví la situación; el bache lastimosamente sigue en el mismo lugar y más grande que nunca. Lo que era antes imperceptible a la vista, ahora es imposible de ignorar.
Todo esto me llevó a preguntarme algo: ¿qué pasa cuando veo algo en mi vida que no me agrada? Primero que nada, es difícil vernos en el espejo con plena sinceridad y decir: creo que debería cambiar o mejorar esto. Es más fácil ver lo que deberían cambiar los demás. Pero debemos ser cuidadosos con ser de esas personas que quieren cambiar el mundo, pero no quieren ser transformados ellos mismos. Claro que hay muchas cosas por cambiar a nuestro alrededor, pero el mejor lugar para empezar esos cambios es en uno mismo.
Veo con cierto temor una conducta humana bastante nociva y es la de ignorar las pequeñas grietas o fisuras que tenemos en nuestra alma. Porque son tan pequeñas que pareciera que, si las dejamos, solas se van a ir arreglando. Pero no, no es así, una grieta puede terminar en un derrumbe, una fisura puede terminar en una catástrofe. Pero muchas veces preferimos ignorar el problema, porque es muy pequeño para prestarle importancia. Olvidamos que todo gran derrumbe, primero, fue una pequeña grieta, casi imperceptible a la mirada.
Quizás has estado más irritado de lo normal y has empezado a tratar mal a tu esposa; cuidado, se está abriendo una grieta. Has abandonado un poco tus disciplinas espirituales de oración y lectura de la palabra; cuidado, se está abriendo una fisura. Estás permitiendo algunas conversaciones inadecuadas; cuidado, se aproxima una ruina. En la vida es normal que esto suceda y que sea casi imperceptible, por eso debemos ser conscientes de nuestro actuar, para poder identificar esto a tiempo y evitar un mal mayor.
Las Escrituras nos recomiendan: Lamentaciones 3:40 (NVI): Examinemos y pongamos a prueba nuestras conductas y volvamos al Señor.
La palabra examinemos en el original hebreo (nakhpĕsá) significa: buscar con diligencia, investigar a fondo, escarbar, examinar minuciosamente. Las Escrituras nos exhortan a realizar de manera intencional un esfuerzo para examinar nuestra conducta interior y que como resultado esto traiga una transformación con ayuda del Señor.
¿Cuándo fue la última vez que diste una mirada introspectiva en tu interior y te percataste de las fisuras que podrías estar acarreando en tu alma? No está mal que existan estas fisuras; lo malo es no tener la diligencia para repararlas o buscar a aquel que sí lo puede hacer.
Todos estamos en proceso de reparación; la existencia de alguna fisura en nuestra vida no quiere decir que somos malas personas y que todo está perdido, no, simplemente nos recuerda que somos humanos, frágiles, débiles, necesitados de un salvador. Y ese Salvador es Jesús, el cual está totalmente disponible para extender Su mano y rescatarnos de cualquier peligro.
Acompáñame a hacer esta breve oración: Jesús, vengo a ti consciente de que existen grietas en mi alma, que quizás yo no conozca o no he querido ver. Te pido que con tu poder restaurador las repares; quiero ser una nueva criatura. Hoy me dispongo como barro en manos del alfarero para que hagas conmigo lo que Tú quieras. ¡Restáurame, hazme de nuevo, rescátame!
Salmos 80:3 (NVI): Restáuranos, oh Dios; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, para que seamos salvos.
Por: Diego Herrera