Recuerdo que durante mi niñez muchas veces nos tocaba hacer mandados con mi mamá. Hago memoria de lo que más nos desesperaba a mi hermano y a mí, que era esperarla cuando iba al mercado. Hace poco estábamos recordando esos momentos y estoy seguro de que no eran más de veinte minutos, pero nosotros sentíamos una eternidad. Realmente, pareciera que la paciencia no es una virtud que viene con nosotros, sino una que debemos formar con el paso del tiempo.
Últimamente, he visto a mi hermana, cómo trata bastante este tema con mi sobrino más pequeño. Y pareciera que la única manera de ser personas pacientes es aprendiendo a esperar algo.
Me considero una persona paciente, pero fue hasta una edad adulta que me di cuenta de esto. Pero sinceramente no es una virtud que era inherente a mí, sino una que formé, esperando a mi mamá en los mandados, esperando a mi hermano cuando íbamos a la universidad, esperando el cumplimiento de mis sueños.
A veces, la frustración puede venir si pensamos que Dios podría hacer algo, pero no lo está haciendo. Y es que vemos muchas veces al Señor hacer milagros de forma inmediata, como cuando detuvo la tormenta en la barca (Mateo 8:26) o cuando multiplicó los panes y los peces (Marcos 6:41-43). Al ver estos milagros nos damos cuenta de que hay milagros que sí pueden suceder de forma inmediata. Al final, Dios es capaz de hacer eso y aún más. ¿Entonces por qué mi milagro tarda tanto?
Entre el ungimiento de David, hasta su coronación pasaron aproximadamente 15 años. Abraham esperó 25 años, desde el momento que recibió la promesa del Señor hasta su cumplimiento. Por su parte, Moisés estuvo 40 años en el desierto, esperando el llamado de Dios. No esperaron una semana, un mes o un año, esperaron décadas completas.
Encuentro un patrón interesante, los milagros externos, aquellos que se dan a nuestro alrededor, a veces pueden tomar unos segundos, pero cuando Dios está haciendo algo dentro de nosotros se toma Su tiempo. Y no es que esté tardando, simplemente debemos aprender a ser pacientes. No cometamos el error de que asociemos nuestra felicidad al cumplimiento de una meta o sueño, disfrutemos el camino. Porque tanto en el resultado como en el proceso, en ambas se encuentra Dios trabajando.
Somos barro en manos del alfarero y el proceso de transformación muchas veces va a llevar su tiempo. En una época en donde todo es inmediato, debemos aprender a permanecer confiados en Dios y saber que aunque pareciera tardar, Él está trabajando Su maravillosa obra en nosotros. Quizá hoy no veas la respuesta que tanto esperas, pero confía, Dios no sabe fallar.
Por: Diego Herrera