Es difícil lidiar con el sentido de pérdida. A ninguno le gusta perder absolutamente nada. Cuando vamos con prisa camino al trabajo y pierdes las llaves del carro, ese pequeño artefacto se vuelve el centro del universo y de toda tu molestia. También se puede dar en un deporte o en general en la vida, esa molestia que genera no ganar en algo en lo que estamos poniéndole esfuerzo y empeño. A mi sobrinito David, le están enseñando a tener paciencia cuando pierde algún juego de mesa. Claro que no le gusta perder, se enoja, hace berrinche quiere dejar de jugar, pero poco a poco se va calmando hasta que se da cuenta que parte del juego es ganar y perder.
Lo interesante, es que desde que somos pequeños nos enseñan a ganar: las clases, los juegos, las competencias y todo reto que se presenta. Es difícil conocer un ejemplo en donde veamos a unos padres enseñarle a su hijo a perder. Normalmente, todas las enseñanzas motivacionales que escuchamos van en esa línea, a tener éxito en todo.
Todo este cúmulo de enseñanzas alineadas a un solo objetivo, que es ganar, lejos de formar personas exitosas y ganadoras, más bien genera frustración y toxicidad. Porque la vida es ese cúmulo de derrotas y victorias que uno atraviesa, ambas vienen en el paquete. Nadie en este mundo puede decir que nunca perdió. De hecho, las más grandes victorias solo pueden forjarse a través de las lecciones que la derrota nos da.
Jesús, aunque no nos guste admitirlo, perdió en algunas ocasiones y al decirlo no se desmerita ni un poco todo lo que Él es y representa. Enumeremos juntos que cosas perdió Jesús. La primera fue su condición de Dios y todo lo que eso conlleva, luego siendo hombre perdió incluso sus derechos, siendo sentenciado a la muerte sin un juicio justo y para terminar pierde su propia vida (Filipenses 2:6-11).
Ojo que no estoy diciendo que Jesús nos enseña a perder, por supuesto que no, Él nos enseña atravesar las perdidas y derrotas, siempre enfocados en lo eterno. Miramos en Su ejemplo cómo no le tenía miedo a perder cualquier cosa, no se aferró a nada, solamente a Dios. Y esa es la actitud con la que debemos atravesar la vida. No le tengamos miedo al fracaso o a las pérdidas, porque quizás son estas las que nos acercan más a nuestro propósito, como le pasó a Jesús.
A Jesús, cada cosa que entregaba y perdía, lo acercaba más al glorioso momento de Su resurrección. Quizá nunca alcanzamos el éxito en algo porque el miedo de perder nos tiene paralizados. Tomemos el ejemplo de nuestro Maestro y con Él avancemos sin miedo a nada. Es probable que en el camino hacia nuestro propósito perdamos muchas cosas, pero mientras lo tengamos a Él, podemos estar seguros de que todo va a estar bien.
Por: Diego Herrera