Hace unos años tuve una pequeña lesión en la piel, tenía que cuidarla y seguir un tratamiento para que sanara por completo y a profundidad. Cada vez la miraba mejor, así que supuse que ya no era necesario seguir con las instrucciones del médico. Pasó el tiempo y la herida empezó a sangrar esporádicamente; me asusté muchísimo y no miento, pensé lo peor. Con mucho temor volví a usar el medicamento, pero pasaron los días y en confianza te digo, me cansé de no sanar, lo dejé y me acostumbré a tener esa herida.
Así como esa lesión en mi piel, tenemos heridas en el alma que solo tratamos de ocultarlas con diferentes métodos y nos duele cada vez que sangran. Actualmente estamos bombardeadas de muchas ideas y formas de autocuidado como cuidar tu físico, lo que comes, cómo te ejercitas, a lo que llamamos amor propio. No digo que sean malas formas de cuidarnos una herida, al contrario, son maneras necesarias como un primer paso, pero tenemos que ir al fondo de las heridas que causaron que nos descuidáramos y sanarlas, es un proceso doloroso, pero Dios nos pide no ir solos.
En el Salmo 147:3 David dice “Él sana a los de corazón quebrantado y venda sus heridas.” En otro versículo de Salmos también lo leemos exclamando “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los de Espíritu abatido”. Sabemos que el mismo David experimentó momentos de aflicción y arrepentimiento a lo largo de su vida, él llegó muchas veces ante Dios con el corazón quebrantado y al entregar esas heridas pudo experimentar que Dios no está alejado ni indiferente al sufrimiento humano, David pudo encontrarse con alguien dispuesto a consolar y sanar a aquellos que reconocen su necesidad y buscan su ayuda.
Creo firmemente que cuando dejamos esas heridas en las manos de Dios, su gracia nos envuelve y nos permite volver a creer que podemos comenzar de nuevo con un corazón sano, esa gracia nos permite sentarnos en la mesa sin importar el pasado, pero ¿cómo dejo esa herida en sus manos? En Mateo 11:28 encontramos la respuesta “Venid a mí todos los que están trabajando y cargados y yo los haré descansar”. Es en su presencia en donde encontramos descanso, en la intimidad es donde Él nos cubrirá con Su gracia, nos hará descansar y obrará para que la herida poco a poco deje de sangrar.
La instrucción es clara, seguir el tratamiento al pie de la letra. Sé que a veces podemos llegar a pensar que la herida no sanará, y nos cansamos de intentar una y otra vez, pero no es en tus fuerzas, sino en las de Él. Cuando nos acercamos y pedimos ayuda, Él nos restituye completamente y con creces, porque Dios no deja nada inconcluso.
Por: Jocabed Esturban