Hace unos días estuvimos en una reunión con el pastor Cash Luna donde nos habló acerca de la vida que elegimos al ser ministros. Una vida llena de altos muy altos y bajadas “muy para abajo” (ustedes entienden). Esta vida en la que recibes la llamada de unas ovejas contándote cómo Dios respondió la oración que llevaban durante años haciendo y a las horas puedes recibir otra llamada para ir a al funeral de la persona por la que fuiste a orar en el hospital.
Y durante esa semana uno de mis amigos me llamó para contarme que su primo había fallecido en un accidente, para ver si yo podía predicar en el velorio. Su primo tenía solo diecisiete años y estaba a una semana de cumplir dieciocho. Durante ese velorio, sin conocer a toda la familia, sin haber hablado antes en una situación como esa, me seguían resonando esas palabras en mi corazón: “la vida que elegimos”. Fue un momento muy difícil y complicado para predicar, pero sabía que a eso fuimos llamados: a llevar consuelo y fortaleza a esa familia que tanto lo necesitaba.
Asimismo, dentro de esta vida que elegí hubo un tiempo en el que oraba mucho por mi familia y en especial por mi hermano mayor, quien era, por así decirlo, “el más difícil” de convertirse al Señor. En un momento se acercó mucho a la iglesia y luego se empezó a alejar hasta que vivió un proceso que le hizo buscar a Dios con todas sus fuerzas, y junto a toda la familia fuimos testigos de grandes milagros que el Señor hizo en su vida.
Pero, para darte un contexto, mi hermano siempre ha AMADO el fútbol (pero así fanático rematado), al punto de estar involucrado en las porras y escuchar noticias deportivas todo el día. Y yo podía notar cómo a través del fut él encontraba un ídolo que lo alejaba de Dios, pero después de su proceso entregó ese ídolo y su vida cambió.
Ahora, años después, Dios le permitió trabajar de eso que tanto le apasiona de una manera saludable y sin fanatismos extremos, en un canal independiente de deportes en redes sociales, que lo llevó al punto de viajar con la federación de fútbol de Guatemala. Incluso en el mes de julio, cuando Guatemala logró clasificar a los cuartos de final en la Copa Oro, mi hermano estuvo allí celebrando junto a la selección en el camerino con todos los futbolistas, y envió un video a la familia.
Mientras miraba ese video de mi hermano realizado, viviendo una alegría como ninguna otra, volvieron a resonar en mi corazón las palabras acerca de la vida que elegí y cómo valían la pena.
Así como pude ver milagros y restauración en mi familia. Yo elegí esta vida para ver milagros y restauración en las familias de otras personas. Vale la pena seguir este camino como ministros de un nuevo pacto. Vale la pena seguir predicando el Evangelio. Vale la pena seguir viendo a Jesús hacer milagros hoy.
Por: Miguel Mendoza