La esperanza es algo que practicamos todos los días de forma consciente o inconsciente: si veremos a la persona que nos gusta, si nos llegará la respuesta del empleo al que aplicamos o si ganará el equipo al que apoyamos. Todo el tiempo ejercitamos la esperanza.
Lo importante cuando hablamos de esperanza es que muchas veces decidimos ponerla en el lugar equivocado. El problema es que normalmente hacia ese lugar se tiende a inclinar nuestro corazón y nuestra fe.
El enemigo es muy astuto y le gusta aprovechar esto para darnos falsas esperanzas para desviarnos o retrasarnos de los planes que Dios tiene para nuestra vida. Esas falsas esperanzas vienen en muchas formas: cosas que prometen darnos alegría, satisfacción o una realización. Sin embargo, lo que el enemigo ofrece con sus tentaciones es algo pasajero. La buena noticia es que Dios nos ofrece cosas mejores que pueden darnos grandes bendiciones y que perduran en Su reino.
Pablo sabía esto cuando lo comentó en 2 Corintios 4:17-18: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Solemos ejercitar la esperanza en momentos de tribulación o cuando las cosas no salen como queremos, por eso muchas veces caemos en las falsas esperanzas del enemigo porque estamos vulnerables. Debemos recordar que, como decía Pablo, estas situaciones son momentáneas. Si nuestra fe y esperanza están en Dios, las bendiciones serán eternas.
Así que no nos dejemos seducir por las falsas esperanzas, mejor tengámosla en las promesas de Dios y en Su Palabra porque Él respalda nuestra fe y nos bendice. El Señor nos ama y siempre quiere vernos bien.
Por: Luis Túchez