Desde que tengo 17 años debo usar lentes. Y para serles muy sincera, ¡lo odio! Recuerdo que de pequeña mis primeros lentes fueron unos super chiquitos (era la moda), pero me costaba ver con ellos. Cuando ya crecí empecé a usar lentes con regularidad. Mi esposo me ayudaba a comprar algunos con más estilo, pero cuando empezamos a usar mascarilla a partir de la pandemia por COVID-19, me acordé por qué no me gustan los lentes: ¡se empañan tanto! Y por eso los dejé de usar! No les niego: ¡no veo de lejos! Paso en la calle y las personas me saludan, yo les regreso el saludo, pero la verdad es que muchas veces no sé quiénes son, ¡qué pena! Perdón si alguna vez no te he reconocido o no te he saludado. No es por maleducada, sino porque no veo bien.
¡Cuántas veces nos ha pasado lo mismo con Dios! Tenemos enfrente las promesas que Él tiene, pero no lo vemos. O sea, no estamos ciegos físicamente, pero sí ciegos espiritualmente. ¡Somos ciegos que sí ven! El pastor Juan Diego Luna en una de sus prédicas dijo algo que sacó del libro El llamamiento peligroso y que que me impactó mucho: en la ceguera física puedes tener a alguien que te asiste y puedes salir adelante; pero cuando tienes ceguera espiritual, no puedes reconocer tu incapacidad o ceguera; y cuesta salir tanto adelante porque están ciegos, pero piensan que pueden ver bien.
Pero ¿qué pasa cuando estamos tan agobiados, tan cargados, o si nos pasó un problema tan grande en nuestra vida, en nuestra familia, que simplemente nos cuesta ver? No vemos si estamos en pecado. Por culpa de nuestra ceguera no vemos lo que Dios tiene para nosotros, nos sentimos solos, abandonados; y sin embargo Él ahí está presente.
En Salmos 146:8 dice: “Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos”. Lo que más me impresiona es que no solo dice que abre los ojos a los ciegos, sino que levanta a los caídos. Y es tan cierto, que muchas veces estamos ciegos y a la vez derrotados. Y puede que cuando estés derrotado no quieras o te cueste levantarte, sobre todo porque no miramos.
Jesús, cuando murió en la cruz por nosotros y por nuestros pecados, por nuestra sanidad y por nuestra vida, también murió para quitarnos esa ceguera espiritual. Literalmente se rasgó un velo en el templo que dividía el “lugar santo”, o sea, donde estaba la presencia de Dios y donde solo los sacerdotes podían entrar una vez al año. A partir de ahí cada uno de los hijos de Dios puede llegar con confianza a la presencia de Dios y no solo una vez al año (Está en Mateo 27:51). Mirá lo que dice en Hebreos 4:16: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
La ceguera espiritual se combate cuando somos conscientes de que estamos ciegos, de que no estamos viendo lo que Dios quiere que veamos. Solo siendo conscientes de nuestra ceguera podremos acudir a Él para que con Su gracia y misericordia nos sane, nos restaure, nos perdone y nos libere. Dios es el más interesado en que veamos como Él ve, así que corramos a Su presencia y pidámosle que abra nuestros ojos espirituales para que podamos ver lo que Él tiene preparado para nosotros. Ahora, ¿estás listo para ver?